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TESOROS DE ESPIRITUALIDAD

LOS SIGUIENTES TEXTOS SON UNA MAGNIFICA COLECCION PROPORCIONADOS POR EL R. P. ANTONIO JAVIER MARTINEZ, COMO UNA RECOPLILACION DE LOS TRABAJOS Y TRADUCCIONES REALIZADAS EN EL MONASTERIO ORTODODOXO DE SAN ANTONIO EL GRANDE, EN JILOTEPEC, EDO. DE MEXICO, ALGUNOS DE LOS CUALES TAMBIEN ESTARAN DISPONIBLES EN LA SIGUIENTE DIRECCION

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SOBRE LA DIVINA LITURGIA La litúrgia 1. Introducción

Si las iglesias ortodoxas están llenas de luz, de calor, de intimidad, es porque cada punto de los muros está animado y representa el cielo, pone al hombre en comunión con sus hermanos mayores: los ángeles, los profetas,los apóstoles, los mártires y los santos; verdaderamente el hombre está de visita con Dios y en el cielo. Através del icono, el culto litúrgico, los ritos que participan con toda naturalidad de los detalles de la vida cotidiana, la Biblia se hace asombrosamente viva, y el cielo, muy cercano, íntimo, casi palpable. Es una especie de «teomaterialismo», una visión de la naturaleza de Dios que lo convierte todo en transparencia con esas presencias forja la insaciable de lo puro y lo absoluto; los cirios coronados de llamas hablan del ardor de la fe y las vidas de los santos, proclamadas en los cánticos y mostradas en los iconos, enseñan que las exigencias divinas de los santos Evangelios son perfectamente realizables y se dirige a todos.

En la continuidad orgánica de los planos, la nube de incienso continúa el movimiento de los brazos levantados del preste que «colecta» el empuje ecuménico de las almas hacia la comunión. Igualmente la bendición con la cruz de los cuatro puntos cardinales del universo inclina todo el mundo cardinal bajo la energía santificante de la gracia. Durante las vísperas ortodoxas, la bendición del aceite, del vino y del trigo santifica el principio de la fecundidad de la tierra y enseña al hombre que la tierra que labora es santa, que los productos que saca de las profundidades del subsuelo no son sólo unos agregados químicos, sino un presente vivo que participa en el misterio eucarístico, y que incluso la fecundidad de la tierra está en relación directa no sólo con los abonos y las estaciones, sino también con la espiritualidad del hombre.

Al romper el pan, el hombre recita el benedicite: el acto de comer es siempre un recuerdo del misterio eucarístico. Al contacto del espíritu, la materia se hace suave y manejable; de su masa inerte y pesada surge una belleza, cincelada toda ella de signos y palpitante de vida. El hombre está llamado a sacar de las cosas la más maravillosa de las oraciones: un templo. «He aquí al rey de la gloria que entra; he aquí el sacrificio misterioso que se ofrece. Acerquémonos con fe y amor; somos los participes de la vida eterna».

2. La oración litúrgica, tipo de oración

La palabra liturgia significa obra del pueblo: leitourgia = hérgon toú laoú. Si las necesidades del momento estimulan la oración individual, la oración litúrgica brota siempre de la verdad total, remonta todo particularismo y desbordamiento sentimental, y forma la conciencia católica. Repleta de una emoción sana y de una vida afectiva potente, tamiza toda inspiración subjetiva e impone su forma acabada, perfeccionada por los largos siglos de su vida de gracia.

La litúrgia enseña la verdadera relación entre la persona y la comunidad, entre el miembro y el cuerpo:«Ama a tu prójimo como a ti mismo». En los oficios litúrgicos estas palabras toman el relieve de lo vivido, nos ayudan a desprendernos de nosotros mismos, a apropiarnos la oración de la humanidad. Junto a nuestro destino, están los destinos de todos los hombres. Las letanías, como enormes olas, arrastran al fiel más allá de sí mismo, como enormes olas, arrastran al fiel más allá de si mismo y del círculo familiar hacia la asamblea presente, después hacia los ausentes, hacia los que están por los caminos y en peligro, en la tierra, mar y aire, hacia los que penan y sufren y hacia los que agonizan. Después la oración abraza a los que detienen el poder y las órdenes, la ciudad y la nación, los pueblos y las naciones, en fin, la humanidad entera; pide abundancia de frutos de la tierra y el orden cósmicos. La oración se acaba con la innovación ecuménica por la paz y la unión de todos.

En esta comunión el hombre, refrescado y renovado por este dinamismo de la caridad, vuelve a encontrar su propia verdad y la verdadera esencia de las cosas. Se ha roto la soledad e incluso la naturaleza, sumergida en la espera de su liberación, estalla en litúrgia cósmica:«Arboles, hierbas, pájaros, tierra, mar, aire, luz, todos me gritaban que existían para el hombre que eran testigos del amor de Dios para con el hombre; todo araba, todo cantaba la gloria de Dios»,

De este modo la litúrgia reaviva la verdad evangélica: la salvación de un alma, haciendo abstracción de los demás, se manifiesta imposible. El pronombre litúrgico, el «yo», jamás esta en singular. Un sacerdote tiene la obligación de no celebrar a solas la liturgia, es preciso que haya una segunda persona, y en ella todo el mundo, presente. Así la oración litúrgica se erige en canon, medida de toda la oración. Los Padres decían «oración» sin más, designando así la oración litúrgica.

El colegio sacerdotal y los fieles forman un solo cuerpo litúrgico en el que cada uno desempeña su función propia. Esta unidad humana explica por qué la ortodoxia jamás ha admitido el uso, en la Iglesia, de los instrumentos de música, sonidos sin palabras. Pues cree con toda justicia que sólo la voz humana puede revestirse con dignidad de responder a la Palabra de Dios y que el «coro» que canta con una sola alma es la expresión más adecuada del Cuerpo, unido al coro de los ángeles.

3. La materia litúrgica

Pasajes de las santas escrituras, sus paráfrasis y comentarios, constituyen el conjunto de los oficios litúrgicos. Además de los salmos y es de las partes del Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento entero se lee durante el ciclo anual, según el orden establecido. A continuación vienen las letanías y diferentes cantos y oraciones sagradas de contenidos histórico y dogmático.

El ciclo está centrado sobre la liturgia eucarística y la prepara; son las horas, vísperas, completas, nocturnos, maitines. El ciclo anual sigue los acontecimientos de la vida del Señor. El ciclo anual sigue los acontecimientos de la vida el Señor. El ciclo semanal introduce en los oficios del día una conmemoración especial: miércoles y viernes, sufrimiento y muerte del Señor; lunes, las potencias celestes, angélicas; martes, san Juan Bautista; jueves, los apóstoles; sábado, la Théotokos. El libro llamado Typikon regula las partes móviles de cada oficio. El conjunto de los oficios constituye una verdadera teología litúrgica de una insuperable riqueza. Lo más vigoroso y más claro de la doctrina de los Padres se encuentra allí. Pronto se siente uno transportado por el movimiento seguro, de composición maravillosa, que abarca todas las partes de la revelación y responde a todas las necesidades de la vida espiritual. El elemento lírico y afectivo se halla inserto en elemento doctrinal en el que toda tendencia individual, disgregante, es corregida sin cesar, y la Verdad aparece equilibrada en todos sus elementos.

4. Lo eterno y lo temporal

La historia se desarrolla en el tiempo y se deposita en la memoria. Esta capacidad de trascender el fraccionamiento del tiempo está en la base del «memorial» litúrgico, pero su misterio va más lejos. Durante la litúrgia somos proyectados al punto en el que el eternidad se cruza con el tiempo, y en ese punto nos convertimos en coetáneos reales de los acontecimientos bíblicos, desde el génesis a la Parusía; los vivimos concretamente como sus testigos oculares. durante la liturgia, en el momento en que oímos «este es mi cuerpo», son las mismas palabras de Cristo las que resuenan a través del tiempo. No se trata de la repetición humana. Por la contemporaneidad litúrgica, comulgamos por encima del tiempo con lo que permanece de una vez para siempre, y entonces el oficio adquiere el valor de la vida divina, cuyo lugar es el templo. Los cristianos de los primeros siglos, con ese realismo tan pronunciado de la época, contemplaban naturalmente el mundo invisible, el templo inundado por el más allá: «Ahora todas las fuerzas invisibles están presentes con nosotros». Ellos veían la multitud de los ángeles, y en el oficiante, a Cristo en persona. Se comprende entonces ese temblor sagrado, ese respeto infinito, esa sensación intensa de «este lugar es santo», preciosa tradición, trasmitida de generación en generación desde el principio del cristianismo.

Cuando la puerta regia se abre, el reino de Dios está ya en medio de nosotros. El cielo desciende y el hombre se une al coro de los ángeles para salir al encuentro del que viene con toda dignidad:«He aquí que el Rey de Reyes avanza».

Durante el oficio de Navidad no se recuerda el nacimiento; asistimos realmente al acontecimiento, Cristo nace ante nosotros. Y en la noche de Pascua, el Resucitado se aparece a los fieles y esto les confiere la dignidad apostólica de testigos oculares. Igualmente, la lectura del Evangelio durante el oficio adquiere el poder del mismo acontecimiento.

5. La acción dramática

La liturgia es un misterio que se desarrolla en el escenario sagrado del templo e incluye en la acción la asamblea de los fieles. Es un drama dialogado y dirigido por el sacerdotes, asistido por el diácono, mensajero o heraldo y por el chóros, coros de los fieles. En este «servicio público» o «causa común», el pueblo presenta su ofrenda a Dios y dios los gratifica con su gracia y con su presencia. La barrera móvil que forman las puertas del iconostasio dirige los diferentes grados de acceso a lo celeste. Permaneciendo entre el santuario y la nave, el diácono, ángel-mensajero, anuncia lo que se prepara y dirige la acción común, entona el diálogo litúrgico, guía las oraciones de la asamblea y regula las posturas de todos y cada uno.

El sentido sicológico y estético muy refinado concuerda con el contenido celeste; es de la misma clave musical. El Sanctus, por ejemplo, marca el momento en que el pueblo se une al coro de los ángeles y canta el himno que recibió por revelación. Se encuentran otras repeticiones (por ejemplo el Trisagion) pero este himno, por su amplitud es único y no se repite. También se puede constatar la sobriedad exigida por la liturgia: el texto de Samuel 3, 41:«Levantemos nuestros corazones con nuestras manos hacia Dios que está en los cielos» se corrige por la maravillosa desnudez de estilo y queda en hánó scómen tas kardías. Sursum corda. La acción se agrupa alrededor de las «entradas» (la «pequeña» y la «grande» durante la liturgia) y así hace progresar la atención y la participación. Los textos 2 R 3, 25; 3R 3, 7; act 13, 24;Luc 13, 24 se refieren a la importancia que desde siempre se concedía a las entradas. Quien sabe entrar y salir «dignamente» es capaz de tener entre sus manos su destino y el del mundo.

En su conjunto, la liturgia es la representación escénica de los acontecimientos bíblicos y de la existencia histórica de Cristo. El simbolismo hierático es muy denso y los fieles son a la vez asistentes y actores de este drama litúrgico «Los que ejercen el sacerdocio saben que lo que se hace en a liturgia es la figura de los episodios de la venida del Salvador y de la economía de la salvación» «Todo el conjunto de la mistagogia es como la representación de un cuerpo único; a saber, la economía de la vida del salvador, poniendo ante nuestros ojos, desde el principio hasta el fin, todos los miembros de este cuerpo bajo la dependencia mutua y mutua y su armonía».

Durante las vísperas asistimos a los sucesos desde el génesis. La invocación del principio no es explícitamente trinitaria: «Bendito sea nuestro Dios», pero el oficio conducirá del Antiguo Testamento al Nuevo y terminará con el trisagion y la oración de la Trinidad. La puerta regia se abre, como el cielo abierto del paraíso. El sacerdote, precedido del diácono, que lleva un cirio encendido, da la vuelta a la Iglesia. El incienso simboliza al Espíritu que se movía por encima del abismo en el momento de la creación, y la llama del cirio, la palabra «¡Sea la luz!» . El salmo 103 que canta la alabanza de la creatura a su Creador, nos coloca en una época en la que el hombre, todavía no abrumado por del pecado, podía salir alegremente al encuentro de su Dios. Al grado siguiente, los salmos 129, 140, 141 marcan la caída y el destierro del Paraíso. La puerta se cierra.

En la soledad, cara a cara con su pecado, el hombre reza para que el Señor vuelva de nuevo su rostro hacia él:«Señor, te invoco». El coro y el lector, en un diálogo dramático en el que se encuentran los dos Testamentos, alternan los gritos de angustia y de alegría de las promesas. Entonces Dios se inclina hacia él y el misterio de la encarnación es proclamado por el canto llamado el himno dogmático de la Virgen. El sacerdote sale del santuario diciendo:«Sabiduría», saludo al Verbo que viene al mundo.

Inmediatamente después, viene el emotivo himno atribuido al mártir Atenágoras que confesó su fe bajo el emperador Severo hacia 169:«Oh radiante luz» -fós ilabón. Cristo fue revelado al mundo y nosotros vimos la radiante luz de la santa Gloria del Padre eterno. Después viene el cántico de Simeón; la humanidad de la Antigua alianza desaparece, haciéndole sitio a la Nueva Alianza. Las vísperas se terminan con la salutación del arcángel a la bienaventurada Virgen María; en los brazos de la humanidad reposa el Salvador del mundo. Así las Vísperas, igual que los Maitines, introducen a la liturgia eucarística.

6. La Eucaristía

Históricamente la liturgia se verifica en torno a la comida del señor. El Apocalipsis nos da la visión de lo que simultáneamente pasa en la tierra y en el cielo durante la liturgia:

«Vi... un cordero que parecía inmolado... ví y oí... la voz de una multitud de ángeles. Calamban con gran voz: El cordero es digno de recibir alabanza y gloria. Y oí a todas las creaturas que decían: Gloria al Cordero por los siglos de los siglos. Y los cuatro animales dijeron: Amén, y los ancianos se prosternaron y adoraron» (Apoc. 7, 9-12).

Los planos cosmos, humano y angélico se unen en la única eucaristía:«De la nada nos llamaste al ser, y no has parado de obrar antes de elevarnos al cielo y abrirnos el Reino del siglo futuro». El principio alcanza el fin; al Génesis responde el Apocalipsis. En verdad el mundo ha sido creado para la comida mesiánica:«El ángel me mostró el río de agua viva... y sobre las dos orillas del río se encontraba el árbol de la vida» (Apoc. 22,1-12). En esta visión del mundo futuro, los Padres distinguen la imagen de la Eucaristía eterna; pero ya aquí, en la tierra «quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna» (Jn 6,54).

La Eucaristía en el mundo es ya algo diferente al mundo: «Que llegue la gracia y que pase el mundo», exclama la oración eucarística de la Doctrina de los doce apóstoles. Ante el anuncio escatológico el mundo se eleva todo entero: la encarnación, la expiación, la resucción y la Parusía se anuncian desde el fondo del mismo cáliz. Es la esencia del cristianismo: el misterio de la vida divina se constituye en misterio de la vida humana, «para que todos sean uno, como tú Padre, estás en mí y yo en tí» (Jn 17,21).

Es por lo que a la constitución de la Iglesia el día de Pentecostés, le siguen inmediatamente la revelación de su naturaleza: «Perseveraban en la comunión fraterna, partían el pan y oraban juntos» (Act 2, 46). La expresión se convierte en el estudio eucarístico de la misma vida: «Todos los que creían vivían unidos, teniendo todas las cosas en común» (Act.2, 44). Por medio del pancristo, los fieles se convirten en ese mismo pan, ese mismo amor uno y trino, la oración sacerdotal vivida por el hombre.

Estamos lejos de la escueta conmemoración, cada vez que un fiel ortodoxo se acerca a la santa cena, dice: «Hazme hoy participe de tu cena mística, oh Hijo de Dios». El recuerdo reproduce; el memoriallitúrgico invita a participar en lo único que permanece. San Juan Crisóstomo dice: «Toda la Eucaristía se ofreció una vez y jamas se ha agotado. El Cordero Dios, comido una vez y jamás consumado». Y Nicolás Cabailas:« El pan se hace Cordero».

La materia cambiante del mundo toca al más allá y se convierte en su parcela. San Ignacio y san Juan Crisóstomo llaman a la Eucaristía «cuerpo de Dios», fermento y pan de inmortalidad. Ahora se puede comprender todo el sentido de las palabras «Quien come mi carne tiene la vida eterna» (Jn 6,54 y 56). Aquí yace el último misterio de la Iglesia:«Tú que me diste voluntariamente tu carne en alimento;tú eres fuego que quema a los indignos, no me quemes, mi Creador, antes bien penetra todos mis miembros, todas mis articulaciones, mis riñones y mi corazón. Consume las espinas de todos mis pecados, purifica mi alma santifica mi corazón, fortifica mis piernas y mis huesos e instálame completamente en tu amor».

Hasta el siglo IX, el respeto por la Eucaristía era tan grande que nunca se hizo cuestión de ella. Después de san Ambrosio (De sacramentis), en Occidente, en los siglos IX XI, surge por primera vez la cuestión del «que» y del «como». En las discusiones posteriores el verbo «ser» toma sentido del verbo «significar». «Este es mi cuerpo» se convierte en «éste significa mi cuerpo». Ahora bien, la Iglesia ortodoxa jamás se planteó la cuestión eucarística, por la sencilla razón de no haber aceptado el verbo «significar». Fiel al texto sagrado de las Escrituras y parándose claramente ante el misterio, afirma la identidad que salta a la vista:«Este es mi cuerpo» y lo acepta íntegramente en cuanto milagro inefable del amor divino. Al contrario, la tradición oriental es rica en reflexiones sobre la epíclesis y el espíritu neumático de la Eucaristía.

7. El milagro de la Eucaristía

El padre Sergio Bulgakoff, en su magistral estudio El Dogma Eucarístico, expone claramente la concepción ortodoxa. Si, en las bodas de Caná, el agua se cambia en vino, es una materia de este mundo la que cede el puesto a otra, aunque siempre de la misma naturaleza de este mundo: el milagro es físico. El pan y el vino eucarístico devienen, se metamorfosean en una realidad que no es de este mundo: el milagro metafísico. La antinomia eucarística crucifica nuestra razón: rebasa la ley de la identidad, sin destruirla, pues es la identidad de lo diferente y la diferencia de lo idéntico. No es una transformación en los límites de este mundo, sino metabole, transensus metafísico y coincidencia de lo trascendente y de lo inmanente. Por eso el vino de caná era accesible a los sentido y la sangre eucarística es el objeto de la fe:«Creo y confieso... que este mismo es tu cuerpo purísimo y que esta misma es tu preciosa Sangre». E inmediatamente la fe afirma el realismo al mayor grado de evidencia y con un efecto inmediato:«Que la participación a tus santos Misterios, Señor, ... me sirva para...la curación de mi alma y de mi cuerpo... para la remisión de los pecados y la vida eterna».

La doctrina de santo Tomás sobre la transubstación, al igual que la de Lutero sobre la consustaciación, dogmatizan una concepción filosófica de las relaciones entre la sustancia y los accidentes. El milagro está en la persistencia de los accidentes unidos a otra sustancia (transubstación), o en la penetración del pan, que representa las dos realidades (consustanciación): el pan que sustituye o al que se añade una presencia espiritual o corporal -sustancial. La sustancia es Christus totus et integer. Sin dejar el cielo, se encuentra sin embargo en la tierra y constituye la sustancia eucarística. Desde el punto de vista del cuerpo celeste, transubstanciación y companación son variaciones sobre el mismo tema:presencial sustancial de Cristo en y bajo las especies del pan (in pane, sub pane, cum pane), o bajo los accidentes o formas de pan. Pero una cosa es el metabolismo del pan en carne celeste para ser comida, y otra cosa es la presencia de Cristo en las especies, con su bajada del cielo y su consecuencia lógica: el culto de adoración de la presencia terrestre, física, de Cristo y por consiguiente, la negación de la Ascensión.

El cuerpo celeste de Cristo ya no pertenece más a este mundo. No está «en todas partes», pues está fuera y por encima del espacio. No espacial, aunque pueda encontrarse y manifestar, según su voluntad, en cualquier punto del espacio localizado. Esta localización nos es necesaria, pues de otro modo no podríamos comulgar con lo invisible. Pero el cuerpo celeste no está bajo, con, ni en el pan (consustanciación) ni en lugar del pan (transubstanciación), sino que es ese cuerpo:«Este mismo es mi cuerpo». Según san Irineo, por la epíclesis el pan eucarístico no oculta otra presencia, sino que une el alimento celeste y el de la tierra, identificándolos: es el milagro. El sacerdote sumerge el Cordero en su sangre y es el cuerpo vivo, no un signo o una ilusión de los accidentes. Tampoco es una reencarnación de Cristo en las especies, sino la metabolé total de la sustancia y de los accidentes en la carne celeste. No se trata de sostener los accidentes de pan, sino mantener el estado de nuestro ojos, incapaces de contemplar la carne celeste, guardando la ilusión de las apariencias. El pecado de la doctrina es el de ocuparse del objeto y no del sujeto, del pan y no del hombre. No hay que analizar quasi-químicamente el milagro en función de nuestros sentidos; mas bien hay que acusar a nuestros sentidos de no percibir el verdadero milagro, la realidad celeste. Hay una analogía en el milagro de la Transfiguración del Salvador en el Monte Tabor. No cambia Cristo. Son los ojos de sus discípulos que se abren por un momento. San Juan Damasceno dice:«La epíclesis opera lo que no es accesible más que a la fe». Es pues inútil filosofar sobre esto. Los occidentales, en sus doctrinas, tratan de penetrar al corazón del milagro y de explicar lo que significa; los orientales miran con los ojos de la fe y ven de entrada la carne y la sangre y nada más.

La Eucaristía se da en «alimento» para ser consumida. La adoración de los dones cosifica la manifestación de lo celeste y contradice la Ascensión. La ortodoxia no expone los dones, sólo los guarda para la comunión. La adoración en el transcurso de la liturgia es una parte integrante de la adoración litúrgica del misterio de Cristo. Se prosterna no ante los dones, sino ante el Espíritu en los dones, ante el advenimiento litúrgico de Cristo que el Espíritu manifiesta y que ya no tiene la misma realidad fuera de la Litúrgia.

San Juan Damasceno expresa la doctrina de la Iglesia diciendo:«No es que baje el cuerpo subido al cielo, sino que el pan y el vino se cambian en carne y en sangre y no hacen más que uno y lo mismo» Igualmente la Encíclica de los patriarcas orientales dice:«El pan deviene uno con el Cuerpo que permanece en los Cielos».

El obispo Benjamin de Arsamasa en la Nueva Mesa habla de las tres proscomidis, tres ofrendas en el transcurso de la Litúrgia: la primera ofrenda proviene del mundo que se coloca sobre la mesa del sacrificio el pan y el vino; la segunda es el traslado de estos dones presantificados a la mesa del altar y, por fin, la tercera es el traslado de los dones del altar visible al altar invisible de la santa Trinidad, la elevación al cielo por la invocación de la epíclesis y su metabolismo en sangre y carne de Cristo ofrecidos de nuevo en el altar visible del Templo. Así el pan y el vino alcanzan la realidad celeste de Cristo convirtiéndose en su parcela:«No es la inmolación indefinidamente repetida del Cordero, sino el pan que se convierte en el Cordero».

El pan es algo más que pan después de la consagración.no es el hombre quien opera subjetivamente, por el poder de su fe, el milagro en su boca. La operación sacramental es siempre transubjetiva; el hombre consume subjetivamente lo que existe objetivamente: para su salvación o para su condenación.

La presencia eucarística está sujeta al mandato «comed y bebed»; está pues en función de la consumación. Cristo está presente y se da al que comulga en el momento de la litúrgia (la comunión de los enfermos es una extensión de la litúrgia; nunca el acto extra-litúrgico). Si un icono es el lugar de una presencia irradiante y da lugar a la veneración, los dones ofrecen una presencia celeste-corporal para ser consumida únicamente.


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8. El carácter sacrificial de la Eucaristía

«Aquí está la verdadera oblación», anuncia la Litúrgia, y la proscomidia representa de una manera muy realista esta oblación, este sacrificio. El tiempo no juega ningún papel ni introduce dificultad alguna. La Comida del Señor dada a los apóstoles antes de la cruz y toda la Eucaristía actual son una misma comida en función del Cordero inmolado antes de la fundación del mundo y del tiempo. No se trata de ubicuidad -omnipresencia-, pues el Cuerpo celeste, eucarístico, es transtemporal y transespacial; no está en todas partes y en todo tiempo, aunque puede manifestarse en todo lugar y en cualquier momento. Nicolás cabasilas da la mejor explicación:«El estado de inmolación que normalmente debía tener por sujeto el pan, por el hecho del cambio, se considera como existencia ya no en el pan, que ha desaparecido, sino en el cuerpo de Jesucristo, en el que ha sido cambiado... este sacrificio se produce no por la inmolación del Cordero, sino por el cambio del pan en el Cordero ya inmolado. El cambio se repite, pero el término del cambio continúa siendo único y el mismo».

Ya en el orden prefigurativo del paganismo y del Antiguo Testamento, la identificación con la víctima ofrecida se realiza en el momento de la consumación. La vida de la víctima pasa a la del sacrificador y del pueblo. Es identificación eucarística, morimos con Cristo y resucitamos con él. Cristo es víctima y salvador. Se nos manifiesta «nuestra víctima», pero el misterio de «la oblación una y no múltiple» alcanza de manera personal toda situación concreta en el tiempo. Lo que es de una vez para todas y no se reproduce objetivamente, se realiza objetivamente para cada comulgante, por ser un solo cuerpo:«santifícanos como ya has santificado tantas veces a gente de nuestra raza », pues el sacrificio es «para todos y para todo» (oración litúrgica). Es la anámnesis del suceso concreto de la oblación única, no de las ideas platónicas. Las «rememoramos» por participación (en el acto litúrgico en esclavo es «participación» ) «Haced esto en memoria mía» habla de la memoria divina que hace el acto eternamente presente y anuncia el fin de este mundo y la Parusía:«Vosotros sois los benditos de mi Padre» «El día del Señor», día de la Eucaristía, es el día del juicio y el de las bodas del Cordero (la doble significación del icono de la Deisis). Cristo es a la vez víctima y oferente, quien la ofrece y la recibe:«Lo que es tuyo, recibiéndolo de Ti, te lo ofrecemos para todo y en todo» (oración antes de la epíclesis). La plenitud es tal «que no se puede ir más lejos, ni añadirle nada», dice con fuerza Nicolás Cabasilas.

9. La «epíclesis»

La oración «por los preciosos dones ofrecidos y santificados» reúne en algunas palabras lo esencial del milagro eucarístico:«para que nuestro Dios, Filántropo, que los ha recibido en su santo altar, celeste e invisible, nos envíe en recompensa la gracia divina y el don del Santo Espíritu».

Nicolás Cabasilas ve en el rito del zeón el Pentecostés eucarístico. La palabra que acompaña al rito:«fervor de la fe llena del espíritu Santo» confirma la epíclesis siguiente de la anáfora.

En el corazón de todo sacramento se encuentra la acción de su propio Pentecostés, bajada del Espíritu Santo. Es la confesión de la fe ortodoxa del papel del Espíritu santo en la economía de la Salvación y del equilibrio trinitario. El Cristo-Verbo las palabras institucionales y la epíclesis pide al Padre que envíe al espíritu santo, poder santificador, sobre los dones y sobre la Iglesia.

Si nos remontamos a principios del s.V y finales del IV, las anáforas antioquenas invocan ya al Espíritu Santo para que venga a transformar el pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo. La herejía de los neumatómacos habia incitado quizá a realzar de un modo especial la acción del Espíritu Santo, pero ésta estaba de acuerdo sobre todo con la Teología oriental, cada vez más desarrollada, del Paráclito. En occidente, solamente la Liturgia mozárabe guarda la influencia bizantina. Para mejor captar la razón profunda del conflicto (que separa la tradición oriental de la occidental, cuya esencia no es solamente la epíclesis eucarística, sino la epíclesis como expresión de Teología del Espíritu Santo), hay que comprender que para los Griegos, el canon de la Liturgia es un todo inseparable de un solo Misterio, y que no se puede en modo alguno detallar en sus elementos para extraer su momento central casi aislado. Es que para los latinos la verba subtantialia de la consagración, las palabras institucionales de Cristo, son pronunciadas por el sacerdote in persona Christi, lo que les da un valor inmediatamente consacratorio. Ahora bien, para los griegos, una tal definición de la acción sacerdotal -in persona Christi- identificando el sacerdote con Cristo, era absolutamente desconocida, impersonal incluso. Para que la palabra de Cristo reproducida, citada por el preste, adquiera toda la eficacia de la palabra-acto de Dios.

Los Padres orientales paralelamente a la relación ontológica del Verbo con la humanidad de Cristo ponen la relación dinámica del Espíritu santo que testimonia y manifiesta la humanidad, pues descanza en ella como la unción. La naturaleza humana subsiste ontológicamente, encuentra un soporte en la hipóstasis de Cristo, pero ella es santificada e irradia energía divina por el dinamismo del Espíritu Cristo es el Verbo encarnado, que obra y revela al Padre en y por el Espíritu (dinamis poder por definición: Luc 1,35 y Rom 15,19). La parusía de Cristo en la Eucaristía se hace en y por la parusía del Espíritu Santo (Jn 14,17), que opera la metabolé de los dones y del mismo comulgante. La neumatización integral de la naturaleza fysis -del salvador continúaen los que participan de su «carne sagrada». Consanguíneos, concorporales, no sólo son configurados con Cristo, sino que de hecho son cristificados (Col 2,9). Es el traspaso y la infusión de la energía vital, deificante; de ahí que los Padres la llaman con frecuencia: phármakon hathanasías, remedio o fermento de inmortalidad. El comulgante «se transforma en la sustancia del Rey». Según san Juan Crisóstomo no se trata de unas «arras», sino del fuego del amor divino por participación. Es el sentido oculto de la pericoresis. Según Inocente, obispo de Táurida:«Comulgamos a Cristo, pero Cristo nos comulga». Dios se encarna en el hombre y el hombre se espiritualiza en Dios. A la encarnación, humanización de Dios, responde la neumatización, la divinización del hombre. Al amor de Dios responde ya el amor del Hijo del Hombre y «nos acordamos del Señor» (memorial litúrgico) por que «se acuerda de nosotros» (memoria divina). «El espíritu y la Esposa dicen:¡ Ven Señor! » Es el sentido supremo de la epíclesis que conduce al pneumatikón gámos, a las bodas místicas de Cristo con toda el alma. La Deisis las representa: el cordero nupcial está entre la Esposa-Iglesia y el Paraninfo, Amigo del Esposo, los ángeles y los apóstoles son los asesores y los testigos. Como lo dice Teodoro de Ciro, «consumiendo la carne del Novio y su sangre, entramos en la koinonia nupcial».

La litúrgia cristiana hecha mano de los ritos existente. Así la sintaxis de la Palabra, viene del culto de la sinagoga del sábado por la mañana centrado en la lectura de la Biblia, y la sintaxis corresponde a la comida familiar del viernes por la tarde o a la comida de la khavurah (fraternidad) con la copa de la bendición. Al final de la comida, después de la acción de gracias, se colocaba una invocación, justamente la epíclesis que se refiere a la venida escatológica de Elías, a la restauración del reino de David, a la fe. Heklésía tiene la misma raíz que qahal en hebreo, pero en el Nuevo testamento, la asamblea de Yavé pasa a pueblo de Dios reunido en Cristo. Los heraldos del Rey (kérykes, heraldos) anuncian la convocación por la palabra y los hombres se reúnen en asamblea para escuchar el kerigma y consumir la misma palabra-eucaristía. Así el sujeto y el objeto del culto litúrgico es Dios. La Palabra convoca y se da en alimento. Esta iniciativa divina domina el culto desde el principio hasta el fin y hace comprender que el esquema del culto, el orden litúrgico, no es indiferente; por ser divino lleva el acento de eternidad y no depende de la libre inspiración humana. La tradición lo hace remontar a los apóstoles. En su contexto de adoración y de acción de gracias, el culto es esencialmente teocéntrico. Se ve inmediatamente una estrecha conexión de las dos partes de la Litúrgia. La Litúrgia de los catecúmenos es la Litúrgia de la Palabra. El Evangelio se coloca en el centro de la mesa del altar. La lectura del apóstol («el schaliach, el apostolos de un hombre es como el otro yo-aforismo de la Mischna») precede a la lectura del Evangelio seguida de una predicación. La litúrgia de los fieles es la Eucaristía, en cuyo centro se coloca el cáliz. Se ve hasta qué punto está desplazada una oposición o una separación.«Dios habla y esto llega», lo que la Palabra anunció se realiza inmediatamente, se acaba en el cáliz que es la Palabra acabada. Es la «Palabra hecha carne» y su acción es inmediata: la transmutación de los fieles «en sustancia del Rey».

10. La Liturgia

Esquema litúrgico

I. LA PROTESIS O LA PROSCOMIDIA 1. Preparación de las oblatas , pan y vino, destinados al sacrificio.

II. LA LITURGIA DE LOS CATECUMENOS 1. Gran colecta: una larga oración litúrgica dialogada, en forma latínica, entre el diácono y el pueblo y concluida por una doxología trinitaria. 2. Salmo 103 (en hebreo 104) 3. Pequeña Colecta. 4. Salmo 145 (en hebreo 146) 5. Tropario: o Monogenés (el Hijo único) 6. Canto de las Bienaventuranzas. 7. La pequeña Entrada. 8. Canto: «venid y adoremos» 9. El Trisagion 10. La Epístola 11. El Evangelio 12. La letanía diaconal 13. La oración por los catecúmenos y la despedida de éstos.

III. LA LITURGIA DE LOS FIELES Antes de la Anáfora 1. Oración por los fieles 2. El Cherubikón 3. Oración del Ofertorio 4. La Gran Entrada 5. Oración litánica del Ofertorio 6. «Amémonos los unos a los otros» 7. El beso de la paz 8. El Credo

Anáfora o Canon eucarístico Toque de atención:«Estemos con miedo»

A. la Gran Oración de la Eucarística: 1. Es digno y justo celebrarte (dignum et justum est) 2. El Sanctus 3. Conmemoración de la Cena

B. Consagración 1. Palabras de la Institución 2. Oblación del cuerpo y de la sangre, canto:«Te glorificamos» 3. Epíclesis o invocación del espíritu santo

C. La Gran Oración 1. La memoria de los santos y los Dípticos (momento de los muertos y de los vivos), el megalinario de la Téotokos (verdaderamente es justo glorificarte, oh Virgen). 2. La letanía recapitulativa, oración secreta del sacerdote. 3. El pater

D. Elevación, fracción y Comunión 1. Bendición, oración sobre los fieles inclinados 2. Sancta Santis 3. Fracción y Conmemoración 4. Oración preparatoria 5. Comunión del preste y del diácono 6. Bendición del pueblo con el cáliz 7. Comunión de los fieles 8. Oración de acción de gracias 9. Oración de las santas especies a la prótasis 10. Despedida de los fieles y distribución del antidóron o pan bendito

La liturgia propiamente dicha, o la Misa, representa los tres pasajes de la economía de la salvación. El primer acto muestra el lazo mesiánico entre la prehistoria y la historia; el segundo, liturgia de los catecúmenos, reproduce el conjunto de la obra de Cristo, y el tercero, liturgia de los fieles, representa la pasión, la muerte, la resurrección, la ascensión, la parusía y el reino eterno de Cristo. Se ve bien que la Liturgia reproduce, como dice Teodoro de Andida, «todo el misterio de la economía» y, según san Teodoro el Estudita, es «la recapitulación de toda la econoía de la salvación». La prótesis.

Ya el primer acto o prótesis, la preparación del pan y del vino, es un pequeño drama realista muy condensado que reproduce la inmolación del Cordero, dado así un esquema sucinto del sacrificio que va a realizarse durante la Liturgia.

El sacerdote toma el pan preparado y traza con la lanceta tres veces el signo de la cruz, después la clava al costado derecho y corta diciendo:«Como una oveja ha sido llevado al matadero» (Is 53,7). También hace la incisión en el costado izquierdo:«Y como un cordero sin mancha, mudo ante el trasquilador, así no abre la boca» (Is 53,7).

Después de dos incisiones más, el sacerdote reitera la parcela, desde entonces se llama «el Cordero», y dice:«Pues su vida ha sido quitada de la tierra». Coloca esta parcela al revés sobre la patena, significando la kénosis. El diácono dice:«Inmolad, Señor». El preste entonces corta profundamente la parcela en forma de cruz pronunciando:«El Cordero de dios es inmolado, el que quita los pecados del mundo, para la vida y salvación del mundo». Después gira la parcela y el diácono dice:«Atravesad, Señor». El preste atraviesa con la lanza la parte alta del costado derecho del pan, citando:«Uno de los soldados le atravesó el costo, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19,34).

El diácono escancia vino y un poco de agua y dice:«Bendecid, Señor, la santa unión». Arrancando otra porción, el sacerdote la coloca a la derecha del Cordero, diciendo:«La Reina está a tu diestra en vestido de oro» (Ps 44,10). La siguiente parcela menciona el Precursor y los ángeles (y es el icono de la Deisis, bodas del Cordero), después vienen las porciones que representan a los profetas, los apóstoles, los santos, las porciones para los vivos y muertos, cada uno presentado nominalmente.

Así, sobre la patena de la ofrenda, se reconstituye la figura perfecta de la Iglesia en su dimensión universal que cubre el cielo y la tierra, que alcanza a los ausentes e incluso a los muertos, la Iglesia-Cordero que recapitula en él a todo viviente: «como tú solo sabes, de una manera conocida por ti solo».

Es la imagen del Cuerpo de Cristo: la comunión total en el cuerpo total. Esta visión desborda netamente el tiempo. Durante la incensación, el diácono pronuncia:«Oh Cristo, estuviste presente con tu cuerpo en el sepulcro, con el alma en el limbo, como Dios, en el paraíso con el ladrón, y en el trono con el Padre y el Espíritu Santo: Tú, el infinito, que lo llenas todo». Es la visión de un todo perfecto: «Todo lo que se ha realizado para nosotros, la cruz, el sepulcro, la resurrección, la ascensión, la presencia a la derecha del Padre, la segunda venida gloriosa».

Visión del mundo en Dios, cuando este mundo entero se hace teofanía, presencia de Dios Trino en lo creado. Todo queda acabado y resumido en un sobor teántrico. Por encima del tiempo , antes de la historia en el Cordero, el fin alcanza el principio. Así el simbolismo resumido de la prótesis nos eleva hacia el prólogo celeste de que habla el Apocalipsis:«El Cordero inmolado desde la creación del mundo» (Apoc 13, 8 y 1 Pe 1,19).

De la eternidad, de la preexistencia, la acción litúrgica nos hace descender ahora al desarrollo histórico. El Cordero entra en la historia, aparece en un punto determinado del espacio y del tiempo, toma la figura de niño y es la Navidad. El sacerdote cubre la patena con las porciones colocando encima la estrella de metal y pronuncia: «Habiendo llegado la estrella encima del lugar donde nació el niño, se paró» (Mt 2,3).

La oración dirigida al Espíritu Santo:«Rey del Cielo, oh Paráclito...»el equivalente del veni Sancte Spiritus, es la epíclesis general en el umbral del Misterio.

La liturgia de los catecúmenos

A la entrada del segundo acto, el diácono se coloca ante las puertas santas y dice: «Bendecid, Señor». El sacerdote proclama la doxología-bendición: «bendito sea el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu santo», que nos coloca de golpe en el reino de la Trinidad santa,. El diácono invoca ese orden supremo que lleva el nombre de Shalóm, paz y trae, de parte de la gran comunidad, su oración colectiva: «En paz, oremos al señor...» Hen eirénéi, por lo que esas letanías se llaman irenika.

El coro canta los salmos 102 y 145, llamados«representativos» -ta typiká- y que narran la espera del pueblo de la Antigua Alianza proyectando hacia la promesa de la salvación. Esta parte se acaba con el himno solemne a la misma salvación, al Hijo único, Monogene y que confiesa lo esencial de la fe cristiana según el dogma de Calcedonia. Después el cántico de las Bienaventuranzas recuerda las cualidades del alma que vive en gracia.

La puerta del santuario se abre, como se abre el Reino de Dios a la llegada de Cristo; es la pequeña Entrada. El sacerdote, precedido de un cirio encendido, lleva solemnemente el Evangelio a la altura de la frente. es la representación ritual de Cristo anunciando su palabra, precedido de san Juan Bautista, llama ardiente y brillante» (Jn 5,35).

La «oración de entrada» menciona a los ángeles que celebran en el cielo la eterna Liturgia y que se unen ahora a los fieles para la concelebración común: «Maestro y Señor Dios nuestro, que estableciste en los cielos los órdenes y ejércitos de ángeles y arcángeles para celebrar la liturgia de tu gloria, haz que con nuestra entrada tenga lugar la entrada de tus ángeles, para que con nosotros concelebren y glorifiquen tu amor, pues a ti te conviene toda gloria y toda adoración». La última palabra acentúa fuertemente el sentido de este rito: la adoración, y explica esa irrupción de lo celeste en lo terrestre en el momento de la pequeña y gran Entrada. Los ángeles celebran en el cielo la eterna liturgia y participan en la liturgia de los hombre que es una inserción en el tiempo de la adoración perpetua, condición normal de toda criatura. Es el tema iconográfico tan extendido llamado«de la divina liturgia», que representa a Cristo en vestiduras pontificales en el altar, rodeado de ángeles concelebrando y vestido de sacerdotes y de diáconos.

«Bendita sea la entrada de tus santos», dice el sacerdote. Es la llamada a la adoración de todas las potencias de santidad de la iglesia. Los santos y todos los hombres en su principio mismo de participación a la santidad de Dios y todos los ángeles, todos juntos, en sinaxis litúrgica, se prosternan. Así, el Dios Santo, oculto en el Misterio mismo de su esplendor como en una nube, es adorado por todas las potencias de su propia santidad, «radiante en el rostro de los santos».

Después de la bendición de entrada el diácono eleva el Evangelio y proclama: «Sabiduría». Es una llamada a los fieles para evitar cualquier distracción y entregarse completamente al acto de adoración. El coro canta Venite adoremus, «venid adoremos y prosternémos ante Cristo...Sálvanos, oh Hijo de Dios, tú que eres admirable en tus santos». En el oficio pontifical, es el momento en que el obispo entra en función sacerdotal, litúrgica: marca el comienzo de la liturgia condensado en el acto de adoración. Siguen los cánticos que conmemoran, justamente en este momento, los santos días y de la Iglesia. La significación del conjunto es grandiosa en su amplitud: todo está reunido en el acto de la prosternación. Es el advenimiento de Cristo rodeado de la multitud de testigos y de servidores de su gloria; es la santidad irradiante de Dios en su principio humano, asamblea de los santos.

El diácono se inclina y se dirige al preste: «Bendice el tiempo del Trisagion». El sacerdote bendice diciendo:«Porque eres santo, oh Dios nuestro, ahora y por siempre jamás» «Hay un tiempo para todo», dice el Eclesiastés (Eccl 3,1). Dios «hace toda cosa hermosa en su tiempo: incluso colocó en el corazón del hombre la idea de eternidad» (Eccl 3,11).

Así hay también el tiempo litúrgico del Trisagion, el tiempo de la adoración. El sacerdote dice la oración del Trisagión:«Dios santo que habitas en el santo de los santos, a quien alaban los serafines con el canto del himno tres veces santo: glorificado por los querubines y adorado por todas las potestades celestes:... tú que te dignaste conceder a tus humildes e indignos servidores el honor de encontrarnos en este instante ante la majestad y la gloria de tu santo altar y de ofrecerte la adoración que te es debida: acepta pues, Señor, de nuestros labios pecadores el himno del Trisagion, ...pues eres santo, oh Dios nuestro y te glorificamos, Padre, Hijo y Espíritu Santo».

El preste se prosterna tres veces diciendo el trisagion y el coro lo canta:«Santo Dios, santo Fuerte, santo Inmortal, ten piedad de nosotros», porche abierto sobre el misterio de Dios Trino, de donde, en la amplitud de la adoración litúrgica, Cristo avanza y aparece ante los fieles.

Antes de acabar el canto, el diácono pronuncia dynamis (fuerza): invitación a redoblar la intensidad y hacer resonar plenamente el himno. En la Litúrgia pontifical, el obispo avanza durante el canto teniendo en la mano izquierda el dikerion (candelabro con dos cruzados, misterio luminoso de las dos naturalezas de Cristo) y en la derecha el Trikerion (candelabro de tres velas, luz trisolar y bendice el pueblo cruzando las figuras cristológicas y trinitaria. Es la densidad-límite de la figuración que alcanza así, en el punto del cruce, lo indecible de la santidad divina. Sigue la «ceremonia de trono», o su bendición, que presenta una figura simbólica del trono de dios tres veces santo hacia quien subió el canto del Trisagion.

Cristo abolió la enemistad, disipo las tinieblas, y su palabra resuena en la lectura de la Epístola (a esta perícopa sacada de los Hechos o de las Epístolas se le da el nombre del Apostolos) y del Evangelio del día. La sintaxis de los catecúmenos lleva su epíclesis: la oración que procede a la lectura del Evangelio pide el don de la iluminación que se refiere al texto de Luc 24, 45'46: «Les abrió la inteligencia, para que comprendiesen las Escrituras... os enviaré la promesa de mi Padre, el Espíritu que os guiará en toda verdad» Es el metabolismo eucarístico de la lectura de las Escrituras en Palabra de Dios, la Eucaristía bíblica de los catecúmenos. La costumbre hacia seguir a la lectura una homilía episcopal o una predicación. Las letanías cerraban esta parte arrastrando a los asistentes en su movimiento ecuménico. Y es entonces cuando el diácono anunciaba el «despido de los catecúmenos» y cuando los penitentes y los catecúmenos abandonaban el templo y empezaba la Liturgia de los fieles.


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Durante la Liturgia de los fieles, éstos son los testigos de Cristo resucitado y se proclama el Reino de Dios. La puerta regia es sacramental, simboliza a Cristo: «Yo soy la puerta» (Jn l0, 7). Sólo se abre para el bautismo y la unción del Espíritu. El hombre viejo muere en el umbral del Templo y el hombre nuevo, resucitado con Cristo, entra y está en el Templo de la Gloria.

«Estemos con miedo y sabiduría», invita el diácono, y el coro, espiritualmente sintonizado, entona el Cherubikon: «Los que místicamente representamos a los querubines y cantamos a la vivificante Trinidad el himno tres veces santo, depongamos toda solicitud mundana para recibir al Rey del universo, invisiblemente escoltado por los ejércitos angélicos. Alleluya, alleluya, alleluya.» El alma se vacía y sintoniza con el canto de las potencias celestes; todas sus fibras están en tensión en la espera del acontecimiento.

La gran Entrada, o procesión del ofertorio, es una representación de la llegada de Cristo a Jerusalén. Los fieles prosternados representan el cortejo de Cristo-Rey, sacerdote y víctima, que aparece en medio de los fieles. Es todo el tema iconográfico de la divina liturgia.

El canto del Sábado Santo realza aún más la grandeza de la entrada: «Que toda carne mortal guarde silencio y esté con miedo y temblor; que ninguna consideración terrestre la domine. Pues el Rey de Reyes y el Señor de los Señores, Cristo nuestro Dios, avanza para ser sacrificado y entregarse en alimento a sus fieles. Va precedido por los coros de ángeles, con todos los Principados y las Dominaciones, los querubines de múltiples ojos y los serafines de seis alas, que se cubren el rostro y cantan el himno Alleluya.»

Cuando la procesión entra en el santuario, el sacerdote repite la súplica del buen ladrón: «Acuérdate, Señor, de mí en tu Reino.» Después coloca el cáliz en el altar diciendo: «El noble José, habiendo bajado tu cuerpo purísimo de la cruz, lo envolvió con un sudario blanco y perfumes y lo colocó en un sepulcro nuevo... ».

Es la pasión y la muerte. El gran velo recubre las oblatas, como el lienzo, y las incensaciones recuerdan los aromas. La puerta del santuario se cierra, como se cerró la puerta del sepulcro. Es el momento del ofertorio y del canon eucarístico. El telón se abre de nuevo, como empujado por la vida triunfal, como se abrirá siempre la puerta al empuje de la fe viva; el ángel de la espada de fuego se aleja del árbol de la vida. Esta brecha en el cielo marca el acercamiento del terrible misterio e invita al alma a abrirse para que, entregándose totalmente, reciba a Dios totalmente. La oración del ofertorio anticipa la epíclesís: «Y que tu Espíritu de gracia, autor de todo bien, descienda sobre nosotros y sobre los dones aquí preparados, y sobre todo tu pueblo.» Y resuena la palabra del diácono sobre el recogido silencio: «Amémonos los unos a los otros, para confesar nuestra fe con un solo corazón.».

Solamente enraizado en el amor y en la unidad de la misma fe, el hombre participa con todos los santos en el misterio de la vida divina; sólo el amor puede conocer al Amor, al Sabor divino, a la Santa Trinidad. Y por eso el canto del Credo, anunciando este Amor que baja, se ofrece, sufre y salva, arranca del beso de paz, sello del acto más revolucionario del uno en Cristo. La palabra que acompaña el beso de paz expresa bien su sentido: «Jesucristo está en medio de nosotros... La Iglesia se ha hecho un solo cuerpo y nuestro beso es la prenda de esa unión; ha sido alejada la enemistad y la caridad lo ha penetrado todo.» Lo visible y lo invisible de la Iglesia se compenetran y cambian la naturaleza misma de las cosas. Durante el canto del Credo, el sacerdote agita lentamente el velo por encima del cáliz y de la patena, símbolo de la bajada del Espíritu Santo.

«Estemos con miedo y estemos atentos para ofrecer en paz la santa Anáfora», insiste el diácono. Se acerca el momento más sagrado: «¡Sursum corda! ¡Levantemos el corazón!» -«lo tenemos levantado hacia el Señor». Una vez desterradas las solicitaciones mundanas, con el corazón levantado, el hombre verdaderamente libre puede entregarse ahora a su anhelo. «Demos gracias al Señor», invita el preste. A la oración propiamente laudativa llamada «eucarística» -Eucharistésómen tói Kyríói- el coro responde con esta acción de gracias que desborda el simple reconocimiento, se hace adoración, contemplación, elevación y estalla como una Eucaristía trinitaria: «Es digno y justo adorarte, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Trinidad consustancial e indivisible.» El sacrificio contenido en el solo acto de Cristo es trino.

La oración del Prefacio reúne todos los títulos de nuestro reconocimiento a Dios y se acaba en el Sanctus: «Santo, santo, santo, el Señor Sabaoth.» La Eucaristía de los ángeles en la Liturgia de la sinagoga se acababa con «Bendita sea la Gloria de Yavé en el lugar de su morada» (Ez 3, 12). La Liturgia cambia esta palabra por «Bendito el que viene en nombre del Señor» (Ps 117). Los rabinos, después del exilio, enseñaban que donde dos o tres se reunían para leer la Biblia, la gloria, la Schekinah, se encontraba en medio de ellos. Cristo se refiere a ese refrán que hay que interpretar en ese sentido: «Cuando dos o más se reúnan en mi nombre, yo estaré en medio de ellos.» La Schekinah, misteriosa presencia de Dios Trino, llena el Templo.

El sacrificio es anunciado por la conmemoración, anámnesis que va en seguida tras las palabras constitutivas de la santa cena: «Este es mi cuerpo... ésta es mi sangre.» Después del recuerdo de los grandes misterios: pasión, muerte, resurrección, ascensión, parusía, el preste dice la fórmula de la oblación: «En todo y por todo, te ofrecemos lo que es tuyo, por tenerlo de ti.»

En la Liturgia siria de Santiago, las palabras del preste marcan la gran tensión del espíritu: «¡Cuán augusta es esta hora y tremendo este momento, hermanos míos! Pues el Espíritu Santo vivificador, descendiendo de las alturas del cielo y colocándose sobre esta Eucaristía, la consagra... Estad pues con miedo, rezad para que la paz y la protección de Dios nuestro Padre, sea con vosotros. En alta voz, digamos tres veces Kyrie eleison.»

La respuesta de los fieles prosternados sintetiza todo el tema de la Eucaristía: «Oh Dios, nuestro, te glorificamos, te bendecimos, te damos gracias, Señor, y te suplicamos.» Es el instante de la consagración de los dones, la epíclesis, oración que pide la venida del Espíritu Santo para el milagro eucarístico: «Envía tu Santo Espíritu sobre nosotros y sobre estos dones aquí presentes, y haz de este pan el precioso cuerpo de tu Cristo, y de lo que está en este cáliz, la preciosa sangre de tu Cristo, tranformándolos por tu Espíritu Santo» -metabalón tói Pnymatí Sou tói Hagíói. «Amén, amén, amén», resuena como un sello trinitario sobre el milagro realizado. El poder unificador de Cristo envuelve el universo, haciéndolo Iglesia: «Unenos los unos con los otros.» El triple momento de los santos, de los muertos y de los vivos se relaciona con la epíclesis y la ofrenda universal de todos y de todo. Es la gran oración de intercesión de la Iglesia. «Acuérdate, Señor, de los que cada uno lleva en el espíritu y de todos y de todo... y envía sobre nosotros tus misericordias.»

Como hijos, se reúnen todos en una sola ofrenda ante el Padre. «Concédenos glorificar y celebrar con una sola boca y un solo corazón tu nombre augusto y magnífico, Padre, Hijo y Espíritu Santo... Dígnate hacernos participar en los terribles misterios de esta mesa sagrada», reza aún el sacerdote; y por eso, y ante todo, invoca solemnemente al Padre, oculto en la nube luminosa del Dios Trino: «Dígnate aceptar, Señor, que nos atrevamos a invocarte con confianza y sin condenación, Padre que está por encima del cielo,» y decirte:

Padre nuestro... »

El diácono arregla su estola en forma de «cruz de san Andrés» sobre la espalda y sobre el pecho, representando a los serafines que, con sus alas se velan la cara ante el insondable misterio del amor divino. Este gesto invita a la asamblea al acto de adoración.

La espera de la comunión se mitiga con el canto majestuoso de la oración dominical. Colocar así esta oración justamente antes de la Comida, muestra que el pan de cada día, supersustancial -Hepioysion- es el pan eucarístico. El momento de unirse está muy cerca y el sentimiento de su indignidad, el mysterium tremendum, recorre la asamblea: Sancta Sanctis, «las cosas santas son para los santos», dice el sacerdote levantando el Cordero. Pan de Vida; y cada uno confiesa: «Un solo Santo, un solo Señor, Jesucristo.» Los fieles se reúnen como las santas mujeres en el sepulcro. La puerta se abre grandiosamente, en silencio, símbolo del ángel Gabriel removiendo la piedra del sepulcro. El preste aparece ante los fieles prosternados, teniendo en sus manos el cáliz. Es la llegada de Cristo resucitado que ofrece la Vida inmortal. El sepulcro y la muerte han sido vencidos. El alba de la resurrección lo baña todo con su luz sin ocaso.

«Acercaos con miedo de Dios, fe y amor.» La comunión constata la presencia real y constante de Cristo, y así hasta el fin del mundo. Pero a la vez, la elevación del cáliz después de la comunión y las volutas de incienso que envuelven los santos dones llevados a la prótesis para ser consumidos («le vieron elevarse y una nube lo sustrajo a sus miradas», Act 1, 9) simbolizan la ascensión de Jesús hacia los cielos de donde ya caen los rayos precursores de la luz de la Parusía y de la nueva Jerusalén. Es el final escatológico de la Liturgia; su comida es mesiánica, los fieles están reunidos alrededor, mirando al que viene: «¡Grande y santísima Pascua, Cristo! Concédenos el ser admitidos a tu comunión, a tu cena mística, de una manera aún más íntima, el día sin ocaso de tu Reino.» «Seas exaltado sobre los cielos, oh Dios, y que tu gloria se extienda sobre toda la tierra», reza el sacerdote.

La misión de Cristo está cumplida: «Oh Cristo, se ha terminado el misterio de tu divina economía; llena nuestros corazones de gozo y de alegría.»

Pertenece al mundo ser un solo Cristo: «Hemos visto la verdadera luz, recibimos el Espíritu celeste, encontramos la verdadera fe, al adorar a la Trinidad indivisible, por ser la que nos salvó... Bendito sea el nombre del Señor ahora y siempre.»

La Liturgia se acaba con la bendición final y la distribución del antidóron o pan bendito, recuerdo de los ágapes primitivos.

La Iglesia prolonga con este gesto de eulogia (bendición) su acción litúrgica que atravesando los muros llega hasta los confines del mundo. El fiel se lleva consigo, como una ofrenda al mundo, este testimonio carismático de unidad y de amor.

Alimentado y abrevado en la fuente, el hombre mismo es como una copa repleta de la presencia de Cristo y ofrecida a los hombres y al mundo.

La Liturgia no es un medio, sino un modo de vida que descansa en sí mismo; esto coloca en evidencia su carácter teocrático. En la Liturgia el hombre no dirige su mirada a sí mismo, sino a Dios y su esplendor. No se trata tanto de perfeccionarse durante los instantes litúrgicos, como de en contrarse ante la luz de Dios. Y esta alegría inunda la naturaleza del hombre de una manera desinteresada, secundaria, y la cambia. Que el hombre no añada nada al esplendor de Dios, a su sola presencia, pues obra por sí misma. Debe haber momentos en que el hombre no busque a cualquier precio el fin de todo, momentos de adoración en los que su ser se desahogue sin trabas, como la actitud del Rey David bailando ante el Arca; que los moralistas de mucho peso coreen a Micol.

No hay que estar siempre inclinado sobre su miseria, crispado por sus pecados. En el día del Señor ¿y no está ahí el don de su gracia? hay que dilatarse unos instantes para llenarse de alegría pura y transparencia.

«¿Los amigos del esposo pueden entristecerse mientras el esposo está con ellos?... El amigo del esposo que le acompaña y le oye se alegra grandemente al oír la voz del esposo» y «es grande su alegría» (Jn. 3, 9).

Y en fin estos amigos son los testigos de los «misterios terribles»; tan terribles y tan grandes que, según la expresión litúrgica, los ángeles tiemblan y se cubren sus ojos, y «se maravillan» ante la realización de los destinos divinos. Y esta extrañeza es el principio de la sabiduría, de ese asombro receptivo y totalmente abierto para recibir la Verdad cuando venga hacia el hombre y se le ofrezca en pura gracia.

En la liturgia, el hombre encuentra el Reino de Dios que se acerca y está ya entre los hombres, en medio y dentro de ellos. El resto le será dado en tiempo oportuno, y por añadidura. Buscando el Reino, el hombre obedece a su Señor y se hace su hijo y cuando le encuentra, se alegra como «quien encontró una perla», como «el que encontró un tesoro, y su alegría es perfecta».


¿QUE ES LA IGLESIA ORTODOXA? LA SANTA IGLESIA CATÓLICA, APOSTÓLICA, ORTODOXA.

¿Qué es la Iglesia?

           La Iglesia es la obra de la Encarnación de Cristo, ella misma es la Encarnación: Dios toma la naturaleza humana, y así la naturaleza humana se asimila a la vida divina; es la “deificación”   -theosis- del hombre; Dios se hace Hombre para hacer al hombre dios.
           Pero la obra de penetración de la humanidad por el espíritu de la Iglesia no se realiza solamente en la Encarnación o en la Resurrección de Cristo. “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16:7).  Esta obra presupone el envío del Espíritu Santo. Pentecostes. Esta es la realización de la Iglesia.
La Iglesia de Cristo no es una institución; es una vida nueva con Cristo y en Cristo, dirigida por el Espíritu Santo. Cristo resucitado vive con nosotros, y nuestra vida en la Iglesia es una vida misteriosa en Cristo.  “Los Cristianos” llevan este nombre, precisamente, porque pertenecen a Cristo; ellos viven en Cristo y Cristo vive en ellos.
           La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, entendido como unidad de vida en Él.  Manifestamos la misma idea cuando damos a la Iglesia el nombre de Novia de Cristo o Esposa del Verbo:
           “La relación entre novios o entre esposos consiste en una unidad de vida perfecta que no excluye la realidad de su diferencia, es una “unidad de dos en uno sólo”, que no es disuleta por la dualidad ni absorbida por la unidad”.

Historia

           Nuestro señor Jesucristo, cimenta su Iglesia en la fe de los Apóstoles en el año 33 d.C. en Jerusalem-; y es el testimonio de la fe, en Pedro, -inspirado por el Padre-“Tú eres el Cristo…” ( Mt. 16,16-17), el que sirve de fundamento como “roca de la Fe” (cfr.  Mt. 16,18).
           Cristo, otorgó igual poder a todos los Apóstoles y la encomienda de proclamar la Buena Nueva, siendo Él mismo la “Piedra angular”; fundando así una sola Iglesia (Lc. 9,1-2);(Ef. 2,20).
           Al morir Jesús deja como pilares de la Iglesia de Jeursalem a San Jacobo  (Santiago), San Pedro y  San Juan (Gal. 2,9), pero ninguno sobresalía  ante los otros.
           Ciertamente Pedro recibió la encomienda de confirmar a sus hermanos en la fe, en la caridad y en el amor (Lc. 22,31-32), dándole una primacía entre iguales, “ PRIMUS INTER PARES…”, pero ésto no le concedía ningún poder o jurisdicción sobre los demás, ya que la jurisdicción y poder de la Iglesia  -que no es terrena-,  recae sobre el  SANTO SINODO reunido en CONCILIO, aún en nuestros días.  Es decir, todos los Obispos, quienes son los sucesores de los Apóstoles,  en reunión ecuménica velan fielmente por el recto cumplimiento de la Doctrina de la Iglesia de Jesucristo. 
           De éste modo se llevó a cabo un primer concilio en jerusalem, año 47 d.C., (Hechos 15,5-6)  en el cual se trataron algunas divergencias entre los circuncisos y los incircuncisos; esta controversia propició la actitud incorrecta de Pedro, por lo que Pablo  lo reprende.  A saber: todos los Apóstoles y Presbíteros reunidos, concedieron la razón  a Pablo (Hechos 15,22-23).
           Fue Santiago quien presidió éste concilio y dió, en nombre de toda la asambléa, el dictamen final (Hechos 15,19-21).  Es por ello que debemos tomar en cuenta que el poder supremo de la Iglesia no recae sobre Pedro y sus sucesores, sino sobre Todos los Apóstoles y sus sucesores (L.G., 18,20,22,23). 
           En poco tiempo la Iglesia se extendió por todo el mundo antiguo, por lo que se formaron seis grandes bloques o Iglesias locales primitivas, todas ellas en total comunión y con un mismo espíritu. De estas Iglesias surguieron los actuales PATRIARCADOS  e Iglesias Autocéfalas.
           Ya que los Apóstoles -y sus sucesores los Obispos-, son quienes fundan  estas Iglesias les dan el carácter de APOSTÓLICAS  por la sucesión  que reciben dada la imposición de las manos y la Oración (Hechos 6,6-7; 13,3 y 2 Tim. 1,6-7).   Comunicando así la gracia Sacerdotal a los Presbíteros y Diáconos (Tito 1,5); pero guardando la recta institución del Presbiterado, cuidando no dar esta gracia a falsos profetas (1 Tim. 5,22).

LAS IGLESIAS LOCALES PRIMITIVAS : 1.- JERUSALEM: Fundada por Jesucristo; pero establecida por San Jacobo, San Pedro y San Juan.

2.- ANTIOQUÍA: Fundada por San Pablo, San Pedro y San Bernabé; siendo San Pedro quien queda al frente de ésta.

Es aquí en donde los seguidores de Cristo son llamados por primera vez CRISTIANOS (Hechos 11,26) y en donde se utilizó por vez primera el término KATOLIKOS, que quiere decir UNIVERSAL -fue San Ignacio, Obispo de Antioquía, quien utilizó éste término (año 110 d.C.) resaltando el carácter de la Iglesia): “ Id por todo el mundo anunciando la Buena Nueva…” (Mc. 16,15). Por lo tanto no es un término de distinción de un grupo Cristiano, sino por el contrario es un signo de unión de toda la Iglesia-.

3.- ALEJANDRÍA: Fundada por San Marcos .

4.- CONSTANTINOPLA: (Antigua Bizancio) Fundada por San Andrés. Actualmente éste es el PATRIARCADO ECUMÉNICO, es decir, tiene la primacía o Sede Apostólica de la Iglesia Ortodoxa (Oriente) -PRIMUS INTER PARES-. Le es otorgado éste honor en los canones del CONCILIO ECUMÉNICO DE CALCEDONIA (año 451 d.C.).

5.- CHIPRE: Fundada por San Pablo y San Bernabé. -Esta Iglesia antigua es Autocéfala, no es un Patriarcado-.

6.- ROMA: San Pablo es quien propicia los primeras comunidades Cristianas de Roma.

           Es aquí -en Roma-, en donde la Iglesia fue más perseguida y en donde fue derramada la Sangre de Miles de Mártires, incluyendo a San Pablo y San Pedro (año 67 d.C.).  Esta persecución empezó a desatarse desde el año 54 d.C., por mandato de Nerón hasta el 305 d.C., cuando era Emperador Diocleciano. Durante estos siglos el Cristianismo era prohibido y perseguido; y fue entre el 306 y 313 d.C. que el Emperador Constantino “El Grande”, -por influencia de Santa Elena (su madre)- concede al Cristianismo la libertad para proclamar su doctrina y la convierte en la Religión oficial.  Hemos de recordar que Roma era la Capital del Imperio, por lo que esta Iglesia local toma gran fuerza.

Por éstos hechos -la sangre derramada de los Mártires, de San Pablo y San Pedro, y la promulgación del Cristianismo como Religión oficial- a la Iglesia de Roma se le concede la PRIMACÍA DE HONOR; la cual no le confiere ninguna potestad, sino solamente una distinción de “primus inter pares”.

-Es hasta el Siglo III, que nos llega la primera información -por el historiador Eusebio de Cesarea (260-340 d.C.), considerado Padre de Historia de la Iglesia -, en que parece ser que San Pedro murió y fué sepultado en Roma. Inclusive en nuestros días, dar una “afirmación histórica” de la estancia de San Pedro en Roma es dificil; mientras que la información sobre San Pablo en Roma es absolutamente confirmada (cfr. Hechos 27,1; Epístola a los Romanos).

           De estas Iglesias locales el Cristianismo se extendió por todo el mundo (Oriente y Occidente).  En cada una de ellas está a la cabeza un Obispo que por su grado jerárquico lleva el nombre de PATRIARCA. En el caso de Roma, Alejandría y la Iglesia Copta, lleva el nombre de PAPA.  Pero en ninguno de ellos reside el poder absoluto, sino que junto a los demás Obispos tiene la encomienda y dirección de la Iglesia de Jesucristo.
               La Iglesia Ortodoxa?
           La Iglesia es Una, porque Cristo fundó solamente una Iglesia; Santa, por estar unida a la única cabeza, Jesucristo, y por la operación del Espíritu Santo en ella; Católica, porque no tiene límites de lugar o tiempo; Apostólica, porque fue fundada en los Apóstoles y, sin alteración, mantiene sus enseñanzas escritas y orales (Gran Tradición).  Es así que la Iglesia de Cristo fue constituída como Una, Santa, Católica y Apostólica.  Sin embargo:            

El 6 de Julio de 1054 el Cardenal Humberto d’ Silva, el Arzobispo Federico de Lorraine y el Obispo Pedro de Amalfi expidieron la Bula de excomunión por parte del Patriarcado de Roma al Patriarca de Constantinopla, Miguel Cerularios; por su parte, el Patriarca de Constantinopla en comunión con los Patriarcas de Antioquía, Jerusalem y Alejandría excomulgaron al Patriarca de Roma. Así pues, la Una, Santa, Católica y Apostólica fue dividida en: la Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente.

La Iglesia Oriental está formada por los Primeros Patriarcados de Constantinopla, Jerusalem, Antioquía y Alejandría; por los Patriarcados de Rusia, Serbia, Bulgaria, Rumania, Georgia; por las Iglesias Autocéfalas de Grecia, Polonia, Checoslovaquia, Albania, Chipre y América; por las Autonomías de Finlandia, Japón, Sinaí, África oriental y Europa ocidental; y por las Arqudiócesis Ortodoxas de América central, América del Sur, Sudáfrica, Australia y las Islas del Caribe. La Iglesia Ortodoxa es la Iglesia de Cristo sobre la tierra edificada sobre el fundamento de los Apóstoles, la Sagrada Escritura y la Santa Tradición, recibida por Cristo mismo, por los Apóstoles y sus Discípulos.

La Fe Ortodoxa cree en los Siete Sacramentos (Bautismo, Crismación, Confesión, Eucaristía, Unción, Orden Sacerdotal y Matrimonio) como signos sensibles de la Gracia; y se fundamenta en los Siete Concilios Ecuménicos -Nicea (325); Constantinopla (381); Éfeso (431); Calcedonia (451); II Constantinopla (553); III Constantinopla (680) y II Nicea (787) d.C.-, de los cuales nació el Credo Niceno-Constantinopolitano, el cual todas las Iglesias Históricas profesamos.

BASES DOCTRINALES

           La Iglesia creció durante el primer milenio unida en la FE y en un mismo Espíritu; pero fue necesario convocar  SANTOS SINODOS, para resolver ciertas doctrinas erroneas que surguieron en los primeros siglos. Así se formaron los Concilios Ecuménicos, llamados así por que involucraban a toda la Iglesia. Oikumene = Universalidad.
           Fueron siete los llamados concilios ecuménicos;  en éstos se condenaron las herejías que afectaban la Recta Doctrina de la Iglesia y se fundaron las Bases y Pilares de la Iglesia de Jesucristo. (El primer Concilio fue el de Jerusalem en el año 47 d.C.,.  Su fin, como ya citamos arriba, era resolver la situación de los circuncisos, no alguna heregía, por ello no se cuenta entre los Siete Concilios Ecuménicos).

1er. CONCILIO ECUMÉNICO DE NICEA (325 d.C.) Convocado por el Emperador Constantino “ El Grande “. Asistieron 318 Obispos de toda la Iglesia. el Obispo de Roma envió a dos Sacerdotes (Fitón y Fiquendios) en su representación.

Éste Concilio condenó la herejía de Arrio, por la que le fueron quitados sus grados sacerdotales: negaba la Divinidad de Cristo y la consubstancialidad con el Padre.

           También dictó la primera parte del Símbolo de la fe o credo, llamado
SÍMBOLO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO; y determinó la forma de fijar la fecha de la celebración Pascual, más 20 canones que se confirmaron en los concilios posteriores.
           2o. CONCILIO ECUMÉNICO, 1o. DE CONSTANINOPLA (381 d.C.) Durante el reinado de Teodosio “ El Grande “.   Fué presidido por el Obispo Melesio de Antioquía; desgraciadamente éste murió por lo que ocupó su lugar Gregorio de Nacianzo -Obispo de Constantinopla-, pero al renunciar al Patriarcado, dejó la presidencia del concilio, por  lo que tomó su lugar Nectario -El Papa Dámaso de Roma no asistó ni envió representantes; pero aceptó todas las disposiciones de éste-.

Éste concilio condenó la herejía de Macedonio, quien negaba la divinidad del Espíritu Santo, afirmando que había sido creado en el Hijo, negando su naturaleza.

Fueron condenadas las doctrinas heréticas de Apolinar, Eunómio y Eudóxio, que eran contrarias al Arrianismo, es decir Cristo no tenía una perfecta Humanidad, ya que sobresalía su Divinidad.

           Por éste concilio se afirmó y confirmó la Divinidad del Espíritu Santo, como la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, así se concretó la doctrina del Símbolo de Nicea, recta en todos sus aspectos.

También agregó -sin modificarlo-, al artículo 8o. del Credo: “ Y su Reino no tendrá fin…”, para finiquitar la herejía Apolinaria que sostenía que el Reino de Cristo sólo duraría 1000 años.

            Por otro lado se terminó de estructurar -con 4 artículos más- el Símbolo de la Fe que rige hasta nuestros días.
           3er. CONCILIO ECUMÉNICO, DE EFESO (431 d.C.) Convocado por el emperador Teodosio; asistieron 150 Obispos, presidiendo Cirilo Obispo de Alejandría. -Éste representó también al Obispo de Roma (Papa Celestino) quien pretendía condenar a Nestorio-.
           El concilio condenó la herejía de Nestorio de Constantinopla, que dividía la persona de Cristo en dos y rechazaba llamar a María Madre de Dios.
           Éste concilio tocó 3 puntos importantes:

Un Obispo o Patriarca solamente puede ser condenado por todos los Obispos reunidos en concilio, y no por uno solo (aunque sea Patriarca).

Toda doctrina proclamada debe ser juzgada como correcta o incorrecta de acuerdo a la Verdad revelada. Sólo las desiciones tomadas en concilio son la última palabra.

    Después de exponer estos puntos el concilio decidió retirar a Nestorio del trono patriarcal, entronizando a Maximiano como Patriarca de Constantinopla. La Virgen María fue proclamada  THEOTOKOS -Madre de Dios-.

4o. CONCILIO ECUMÉNICO, DE CALCEDONIA (451 d.C.) Asistieron 630 Obispos, siendo Emperador de Oriente Marciano y Emperador de Occidente Valeriano III. El Papa León de Roma envió como representantes a los Sacerdotes Bonifacio y Basílio. El Concilio condenó la herejía de Eutiques y Dióscoro, que mezclaron las dos naturalezas de Jesucristo, es decir la Divina y la Humana en una sola, por lo que Cristo no era consubstancial al Padre y no tenía naturaleza Humana. Ésta afirmación es contraria al símbolo de de la fe; por lo que este concilio declaró:

“ Siguiendo a los Santos Padres y uniendo a ellos nuestras voces, aclaramos, declaramos y enseñamos que el Hijo, es decir nuestro Señor Jesucristo, es Él mismo, completo en la Divinidad y completo en la Humanidad.

Él es verdadero Dios y verdadero Hombre…, nació como hombre de la virgen María, Madre de Dios, con dos naturalezas sin cambio ni mezlca, sin separación y sin división”.

           En éste concilio se dictaron 7 canones que otorgaron los mismos honores para el Patriarca de Constantinopla, como para el de Roma, siendo así, Constantinopla la Sede Apostólica de Oriente, es decir, ocupa un lugar de PRIMACÍA ENTRE IGUALES, -Primus Inter Pares…-.

También el Santo Sinodo anuló un concilio que se llevó a cabo en Efeso en el año 448 d.C., convocado por Dióscoro.

           Se dictaron 30 canones que se confirmaron en los concilios posteriores.
           5o. CONCILIO ECUMÉNICO, 2o. DE CONSTANTINOPLA (553 d.C.) Convocado por el Emperador Justiniano I.  Asistieron  163 Obispos. El Papa Virgilio, Obispo de Roma, se encontraba en Constantinopla, pero no asistió a las Asambleas Conciliares ni mandó representantes; pero aceptó  todas las disposiciones de éste por medio de un escrito.
           El concilio condenó las herejías de Diódoro y Teodoro, de igual modo también fueron condenadas las doctrinas de Origenes y de Evagrio que predicaban:
           “ Las almas fueron creadas antes que los cuerpos y al morir la Persona el alma se traslada a otro cuerpo es decir se efectúa la REENCARNACIÓN.  En nuestros días se vuelve a predicar ésta herejía por la corriente del  “NEW AGE “, lo cual es un error, por que está escrito:  “ ESTÁ MANDADO PARA LOS HOMBRES, QUE MUERAN UNA VEZ Y DESPUÉS EL JUICIO…”, (Hebréos 9,27).
           También predicaban que los Demonios  recuperarían su gracia angelical, no habiendo sufrimiento eterno en los infiernos y que las almas resucitarían sin el cuerpo el día de la resurrección, entre otras tantas herejías.
           Éste concilio dictó 25 condenas en contra de Origenes y 14 en contra de los herejes. No dictó canones.
           6o. CONCILIO ECUMÉNICO, 3o. DE CONSTANTINOPLA (680 d.C.) Convocado por el Emperador Constantino IV (In Trullo). Asistieron los Obispos de todas las Iglesias -exceptuando al Obispo de Roma, que envió a dos Sacerdotes en su representación-.
           Éste concilio decidió sobre las dos Naturalezas de Cristo, así como de sus dos voluntades, condenando la herejía de una sola naturaleza y una sola voluntad.
           7o. CONCILIO ECUMÉNICO, 2o. DE NICEA (787 d.C.) Presidido por el Patriarca Taracio de Constantinopla. Asistieron 367 Obispos -nuevamente el Obispo de Roma (Papa Adriano), envió a dos Sacerdotes de nombre Pedro en su representación-.
           Éste concilio decidió sobre la veneración a los ÍCONOS, condenando a los Iconoclastas, quienes creían que el venerarlos era idolatría, por lo que éste Santo Sinodo afirmó:
           “ Venerar y Postrarse ante un ícono es señal de respeto a quien está representado en él, sin caer en la idolatría.   Ya que la adoración es unicamente para Dios, y para nadie más “.
           El concilio sólo trato sobre las pinturas (íconos) y no sobre bultos o estatuas.

FUENTES ESPIRITUALES

           De una manera especial la Iglesia Oriental ha mantenido la vida espiritual intacta, es decir en su mayor preocupación, desde sus inicios ha fomentado el acercamiento a las fuentes de espiritualidad, siendo los sacramentos las principales.

LA EUCARISTÍA -Cuerpo y Sangre de Cisto-, que es el alimento del alma por excelencia, ocupa el primer lugar. (Jn. 6,34-35); (Jn. 6,54-56).

           Éste regalo se nos dá por la Gracia Sacerdotal que el Señor concedió a los  Apóstoles (Lc. 22,19-20); (1 Co. 11,23-29), y en cada Litúrgia se realiza el milagro de la Transubstanciasión.  -La conversión del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, que es Real por la Gracia del Espíritu Santo-.
           La Litúrgia como tal (como la conocemos hoy en la Iglesia de Oriente), fué estructurada por San Basílio  “El Grande”, y por San Juan Crisóstomo en el siglo IV -Rito Bizantino-.
           Por la imposición de las manos, como lo veíamos anteriormente, los Apóstoles a su vez conceden la gracia del SACERDOCIO a los Obispos (sus sucesores), y éstos a los Presbíteros y a los Diáconos hasta nuestros días; quienes son los administradores de los Sacramentos. (Hechos 13,3);(Hechos 6,6-7).

EL BAUTISMO es la puerta a la vida Cristiana, nos hace formar parte de la Iglesia de Jesucristo, concediendonos la Gracia Espiritual de ser hijos adoptivos de Dios.

           Ésta Gracia la ganó Jesucristo para nosostros, al derramar su Sangre Preciosa en la Cruz; por ésto mandó a sus Apóstoles a Bautizar a todas las gentes,     “ en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…”, (Mt. 28,19).
           Y es su promesa el estar  con nosotros hasta el fin del mundo. (Mt. 28,20).

LA CRISMACIÓN es la confirmación de la entrada a la vida Cristiana, repitiendose el Pentecostés al ser derramados los Dones del Espíritu Santo en nosotros marcándonos con el sello de la plenitud en la Gracia de Cristo. (Hechos 11,15-16).

           Ésta plenitud nos permite participar de la Eucaristía, por eso éstos tres Sacramentos   -Bautismo, Crismación y Eucaristía-, de iniciación Cristiana  se administran a los niños, para que sean partícipes del Reino de los Cielos. (Jn. 3,5-6).  Éstos Sacramentos se dan juntos en las Iglesias de Oriente, por que llevan a plenitud la iniciación de la vida Cristiana.

LA RECONCILIACIÓN o confesión: Una vez que la Persona es conciente de sus actos distingue el Bien del Mal, por lo que es capaz de reconocer sus Pecados -voluntarios e involuntarios-.

           Éste Sacramento nos permite encontrar la Gracia de Dios, ya que nuestra vida es una constante lucha en las tentaciones. Nuestra naturaleza no es de pecado, sino de “creaturas hechas a imágen y semejanza de Dios…”, (Gn.1,26), por lo que tenemos una voluntad propia; y es en esta libertad que en ocaciones actuamos en contra de la Voluntad de Dios.

Por ésto nuestro Señor Jesucristo nos concede la Gracia de la Reconciliación -siempre y cuando tengamos un arrepentimiento sincero de nuestra faltas-, por medio del Sacerdote, siendo el mismo Cristo quien perdona nuestros Pecados; y no el Sacerdote quien es sólo un instrumento al que Dios le concedió esta Gracia. “A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar…”, (Jn. 20,23). Por lo que no es lo mismo confesarse directamente con Dios, ya que por eso dejó Abogados que intercedan por nosotros (Mt. 16,19).

LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS: Por éste Sacramento el Señor concede la Salud a nuestras Almas y a nuestros Cuerpos. No necesariamente es para los desauciados, sino para todo enfermo; recordemos que Jesucristo es el Médico por excelencia (Santiago 5,14-15); (Mc. 6,12-13).

EL MATRIMONIO, en el cual el Sacerdote, atestigua la UNIÓN del HOMBRE y la MUJER; y les dá la bendición (Ef. 5,28-31), por que es semejante a Cristo y su Iglesia, quien se inmola en un Sacrificio de ENTREGA POR AMOR.

“Por lo tanto ya no serán dos, sino una sola carne, por lo que el marido se debe a su mujer y la mujer a su marido…”, (Mc. 10,7-12).

Otras de las fuentes espirituales, apegadas a las enseñanzas de los Santos Padres,. y que nos ayudan a encontrar sentido a nuestra vida Cristiana son:

           *- LAS SAGRADAS ESCRITURAS.
           *- LA GRAN TRADICIÓN DE LA IGLESIA.
           Por lo que es importante acercarnos a éstas, conociendo con profundidad a nuestra Iglesia, ya que formamos parte de ella

EL MONAQUÍSMO

La riqueza espiritual de la Iglesia – de manera especial en Oriente-, emana de la vida Monástica o de los Monasterios, ya que son verdaderas Fuentes de Oración y Espiritualidad, que mantienen de pie a la Iglesia de Jesucristo. -Es en Oriente precisamente en donde nace el monaquismo en el Siglo III, siendo sus precursores o “Padres del Monaquismo”, San Basílio “El Grande” y San Antonio “Abad” (entre otros), dando la Regla de Vida (Typikon) que rige a todos los Monasterios hasta nuestros días-.

San Benito “Abad”, aprendió la vida monástica en Oriente y la transitió a la Iglesia de Occidente en el Siglo V. De aquí nacieron todas las órdenes religiosas de la Iglesia de Roma.

           Los Monjes son Hombres y Mujeres (monjas), que ofreciendo a Dios sus vidas renuncian al mundo, consagrandose a la Oración y al Trabajo por Amor a Dios, imitando a los “coros angelicales” que todo el día alaban y glorifican a Dios.
           Es también una entrega al servicio de los demás; es la oración e intercesión constante por las necesidades de todos aquellos que se acerquen a pedir auxilio, consuelo o dirección espiritual, viendo en cada hombre y mujer la imágen de Jesucristo.
           Es precisamente de ésta entrega total, que surge la SANTIDAD para todos aquellos que giran en torno a la Iglesia.
           Por éste motivo toda la vida de la Iglesia Ortodoxa gira en torno a los monasterios.  De aquí que todos los Obispos de Oriente  -sin excepción-, son MONJES que viven una vida de profundidad espiritual, por lo que irradian a toda su grey la Luz del Espíritu Santo.
           Todos los monjes (hombres y mujeres) son CELIBES, por lo que viven en Castidad y no se pueden casar  -a diferencia del Clero Secular casado-, ofreciendo a Dios la posibilidad de tener una familia, entregando su vida totalmente al servicio de Dios.
           Dentro de la vida monástica se profesan los votos de Castidad, Humildad, Pobreza y Obediencia; compartiendo todo en comunidad.
           La vida comunitaria implíca una donación de lo propio para todos e inclusive la entrega total de la persona, sirviendo a los demás recordando que:
           “Todo lo que hagáis a alguno de éstos pequeños a mi me lo hacéis…”(Mt.18,4-5);(Mt.25,40).
           El ser monje no implica ser Sacerdote -ésto depende de las necesidades pastorales-, por lo que aún no siendo Sacerdote, el monje es un hombre  Consagrado a Dios y un Padre Espiritual, y aunque no pueden administrar sacramentos – los que no son Sacerdotes-, son grandes directores espirituales (inclusive han llegado a ser directores espiritualees de Obispos y Patriarcas); por lo que es RECOMENDABLE BUSCAR SU INTERCESIÓN Y SUS CONSEJOS.

Por ésto mismo es una Bendición que las Iglesias locales puedan contar con un monasterio, Fuente de Santidad.

VIDA MONÁSTICA

- Seguimiento vocacional -Postulantado -Noviciado -Riassoforado (votos temporales) -Monje Profeso (votos perpetuos) Hiero Diaconado (sólo ordenados)

Hiero Monje (sólo ordenados)

Higumen (Abad)

-Archimandrita (sólo ordenados)

-Episcopado -Obispo- (sólo ordenados)

CLERO SECULAR (CASADO)

-Seguimiento vocacional

-Estudios superiores (Licenciatura)

-Estudios teológicos (Seminario)

-Lectorado

-Sub-Diáconado

-Diáconado

-Presbiterado

           Nota: Para el Clero Secular Casado, el candidato debe adquirir el Matrimonio antes del diáconado, sólo así se le podra ordenar Presbítero -con el consentimiento de su esposa-.
           Si llegase a enviudar no podrá casarse nuevamente.
           Los Presbíteros (ya ordenados), no se pueden casar , sólo se pueden ordenar gentes ya casadas; pero hay Sacerdotes que no son casados y no son monjes, éstos también son celibes.
FUENTE:

PADRE ANTONIO JAVIER MARTINEZ

MONASTERIO DE SAN ANTONIO EL GRANDE A QUIENES LES EXTERNAMOS EL MAS SINCERO AGRADECIMIENTO


HISTORIA DE LA IGLESIA: EL GRAN CISMA Publicado el junio 19, 2011 por orthodoxgeorgioslanb ESTIMADOS HERMANOS EN CRISTO: A CONTINUACION LES COMPARTO ESTE IMPORTANTE DOCUMENTO HISTORICO PROPORCIONADO POR EL PADRE ANTONIO JAVIER MARTINEZ, UNO DE MUCHOS QUE GRACIAS AL MONASTERIO DE SAN ANTONIO EL GRANDE PODEMOS HACER LLEGAR HASTA USTEDES

Decadencia del Imperio Romano y Surgimiento del Estado Pontificio Introducción. L as tensiones comenzaron a sucitarse durante el primer milenio de cristiandad. Numerosos factores doctrinales, políticos, económicos y culturales dieron inicio a la separación de la Iglesia entre Oriente y Occidente; pero dos puntos cruciales sobresalieron de entre los demás: 1) El papado, es decir; considerar a un sólo Obispo como el Obispo Universal de toda la Iglesia 2) El Filioque; la adición de una nueva claúsula al Símbolo de la Fe. Decadencia del Imperio Cuando Constantino el Grande trasladó la capital del Imperio Romano a Bizancio, Occidente fue asolado por una invasión de Barbaros durante los siglos IV y V. Las rutas de comercio, la estructura política y social y el orden económico se desmoronaron poco a poco en Occidente. Con esta decadencia nació un sentimiento de centralización de la autoridad en Occidente; y el Obispo de Roma era la figura idónea en quien esta centralización podía darse. Mientras esto pasaba en Occidente, Bizancio ponía toda su atención en Oriente, ya que había que establecer el Nuevo Imperio. Esto no sucedió de la noche a la mañana, fue un proceso largo que duró desde el siglo VI hasta el siglo X. Durante estos siglos de confusión, el Obispo de Roma tomó temporalmente la jurisdicción sobre los Estados Tribales localizados en Occidente, lo cual sucitó condiciones políticas que beneficiaron el poder centalizado en Occidente. Consolidación del Papado Uno de los cambios más significativos durante la decadencia del Imperio Romano fue, como ya hemos dicho, el gran prestigio que iba adquiriendo el Obispo de Roma tanto en el campo espiritual como en el poder temporal. El Obispo de Roma ejercía su jurisdicción sobre una gran cantidad de territorio; esto le hacía magistrado de toda esa “propiedad”. Muy pronto, dado el poder que tan vasto territorio le adjudicaba, se veía envuelto en compra y venta de tierras e incluso en guerras que defendían el territorio, lo cual justificaba la compra de armas y la formación de un ejercito propio. Gregorio el Grande, Papa (590-604) El Papa Gregorio el Grande es el mejor ejemplo de los Obispos de Roma de este período. Él era un gran administrador político; con su gran ejercito mantuvo a los Lombardos fuera de Roma, y ejerció su autoridad en Francia y España e insistió en una primacía exclusiva del Obispo de Roma, la cual es inaudita. Kenneth Scott Latourette, un eminente historiador dice: “Gregorio, más que ningún otro, legó a la Iglesia de Roma la fundamentación en el poder temporal, ejercitado en toda Europa durante los nueve siglos siguientes”. Los siglos VII y VIII trajeron consigo gran concentración del poder en el Obispo de Roma, como sucesor de San Pedro. En el siglo IX, la Autoridad Pontificia fue defendida sobre la base de documentos fabricados. Oriente y Occidente (diferentes desde su origen) Hay un sin número de diferencias entre Oriente y Occidente; lo cual da lugar a dos culturas distintas que difieren intelectualmente, eclesiológicamente, racial y políticamente. Sin embargo, la unidad en la diversidad permitió que no ubiera un conflicto de desunión y desarmonía en sus orígenes. Con la transferencia de la capital del Imperio de Roma a Bizancio en el principio del siglo IV, las diferencias se asentuaron; y al transcurrir poco a poco los siglos, estas diferencias se agravaban cada vez más marcando la distinción entre las costumbres y las tradiciones Bizantinas y Latinas. Los Patriarcas Orientales respetaban la autoridad de los Emperadores Bizantinos. Por otro lado, la posición del Patriarca, o Papa de Roma, era completamente diferente, porque él era el único que tenía jurisdicción en Occidente. Mientras los Obispos Orientales estaban bajo un sólo Imperio unificado, el Obispo de Roma se convertía en la figura central dada la condición política del mundo Occidental. Esto le otorgaba a él una posición especial de autoridad delante de los demás Obispos. Los siglos V y VII vieron crecer la Supremacía Pontificia, que finalmente fue manifiesta en el siglo VIII con la donación de los Estados Pontificios. En el siglo IX comenzó el desarrollo del “Santo Imperio Romano”, el cual abarcó Italia, Alemania, Francia e Inglaterra; y con la coronación de Carlo Magno como Emperador del “Santo Imperio Romano”, el Papa de Roma sumó una nueva dimensión política a su autoridad. La Supremacía Papal, de cualquier modo, fue construída sobre el poder político y expansionista de la época y del Imperio; y se argumenta en documentos y doctrinas fabricadas, lo cual da lugar al Gran Cisma de 1054. Donación de Constantino y el Decreto Falso de Isidoro. Durante el siglo VIII dos “innovaciones” fueron usadas para fortalecer la autoridad del Papa de Roma: La Donación de Constantino y el Decreto Falso de Isidoro. La primera data del siglo IV, y es un documento que describe la conversión al Cristianismo de Constantino el Grande, su bautismo y su milagrosa sanación de la lepra por el Papa Silvestre I. Se supone que Constantino, envuelto en un profundo sentimiento de gratitud, concedió al Papa y a todos sus sucesores su palacio en Roma, y les dió autoridad sobre la ciudad de Roma, sus provincias, distritos y sobre toda ciudad occidental. Para hablar sobre el Decreto de Isidoro (Mediados del siglo IX) cabe mencionar que los Apóstoles recibieron una serie de instrucciones acerca de los Sacramentos, la Fe y sobre la administración de la Iglesia. Esto fue aprovado y definido en el I Concilio Ecuménico en el año 325 como el documento oficial. El Falso Decreto de Isidoro, Obispo de Sevilla en el siglo V, proclama la suprema autoridad del Obispo de Roma como Obispo de Obispos desde el principio de la cristiandad. Al respecto, Basilio Stefanides, un historiador griego contemporáneo, comenta: “En la historia de la humanidad no existe ninguna argumentación tan hábil y que haya logrado tan gran resultado” El Filioque. En nuestro Símbolo de la Fé, inspirado durante los dos primeros Concilios, (Nicea 325 y Constantinopla 381) proclamamos: “Y (creo) en el Espíritu Santo, Señor y vivificador, quien procede del Padre, y con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado…” Después de la frase “quien procede del Padre”, los Latinos añadieron “Filio que” (y del Hijo). Esta práctica comenzó en el siglo VII en Toledo, España. Para combatir esta alteración al Credo y para amonestar a los que usaran el “Filioque”, el Papa Leon II ordenó que el Credo fuera escrito sobre dos placas de plata en Griego y en Latín en su composición original y que se colocara en la Basílica de San Pedro, Roma. A pesar de ello, la formula del “Filioque” se esparció por el Occidente. El “Filioque” fue detectado en el año 806 cuando unos monjes griegos escucharon a otros monjes latinos usar esta fórmula. durante la Divina Liturgia en Jerusalem. El “Filioque” en sí mismo no es relevante (Jesús dice: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí…” Jn 14:6-15), sin embargo ayudó a fortalecer la Supremacía Pontificia del Obispo de Roma porque, aunque el Papa Leon II combatió el uso de esta fórmula, en el año 1000 se seguía usando de manera abierta, y en el 1274 la Iglesia de Roma proclama el “Filioque” como dogma oficial; lo cual manifiesta que el Obispo de Roma puede proclamar un dogma sin consultarlo, y por encima de los demás Obispos. Esto no es posible, en primer lugar: porque la Fé que sustentamos hasta nuestros días se fundamenta en los Siete Concilios Ecuménicos y en las Sagradas Escrituras, modificarla significaría que tanto nuestros Padres y Doctores Ecuménicos como la Sagrada Escritura se han equivocado; y en segundo lugar porque ni el Obispo de Roma ni ningún otro es Obispo de Obispos. Un Obispo se debe a la grey que sirve y de ella es esposo. San Pedro y el Papado La Iglesia Católica Romana cree que la supremacía pontificia está documentada en la Biblia, especificamente cuando Jesús pregunta a sus Discípulos: “¿Quien dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: ‘Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los Profetas’. Díceles Él: ‘¿Y vosotros quién dicen que soy yo?’. Simón Pedro contestó: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Replicando Jesús le dijo. ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A tí te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.” (Mt 16:13-19). El Papa de Roma consideró este pasaje como una llamada personal a Pedro por parte de Jesús a sucederle y a ser su representante en la tierra. La Iglesia Ortodoxa no tiene el mismo punto de vista. Nosotros creemos que cuando Pedro habló fue en representación de todos los Discípulos; también creemos que cuando Jesús le responde, no sólo le habla a él, sino a todos los Obispos que han de suceder a los Apóstoles por los siglos. La Iglesia Bizantina reconoce una primacía universal en la Iglesia de Roma, pero no tiene nada que ver con la Sagrada Escritura. San Pedro y San Pablo murieron en Roma, su sangre es quien da la primacía a Roma, pero esto no significa que San Pedro haya sido el primer Obispo de Roma. San Ireneo nos dice en el siglo II que Roma era una Iglesia muy importante y antigua conocida por todos. Los famosos 28 cannones del IV Concilio Ecuménico en Calcedonia (451) declaran al Obispo de Roma como el “Obispo que Vela” con equidad y respeto, y como quien debe ser el Primero Entre Iguales. ElObispo de Roma nunca tuvo una posición de autoridad universal sobre la Iglesia y mucho menos de infalibilidad. No hay evidencia, en los primeros siglos, que otorgue al Obispo de Roma tal pretención, ni tampoco existe documento patrístico entre los siglos IV al VIII que indique que la Iglesia debe aceptar tal teoría sobre alguna “Promesa Petrina”. Esencialmente, el pasaje bíblico es el reconocimiento del Señor que Pedro hace al confesarlo como el Cristo, el Hijo de Dios. La sintáxis es un juego de palabras. Pedro (Petrus, masculino) es declarado como piedra (Petra, femenino) de la Iglesia al confesar su Fe. Talvez si lo traducimos del griego original obtengamos: “Tú eres Pedro y sobre esta Fe que como piedra has profesado edificaré mi Iglesia”. Todos aquellos que hagamos esta confesión de Fe heredaremos la misma promesa. Es sobre la profesión de Fe de los creyentes sobre quien está edificada la Iglesia. Sobre de que si Pedro fue el primer Obispo de Roma, podemos decir que sería inconcebible que san Pablo en sus cartas le ignorara. (Cfr. Rm 16). San Pedro y el Filioque. Entender el “Filioque” junto con la promesa petrina es absurdo. Los primeros dos Concilios Ecuménicos usaron algunas palabras y frases para describir cómo el hombre podría entender la doctrina de la Santísima Trinidad. Uno de los estatutos doctrinales dice que el espíritu Santo es el Dador de Vida, quien obra a través de los Sacramentos y de la gracia de la Iglesia. Cristo, después de su Resurrección, promete a sus Discípulos enviar al Espíritu Santo que procede del Padre en el tiempo preciso (Pentecostes). El Filioque y la Promesa Petrina juntos, implicarían que si Jesús puede enviarnos el Espíritu Santo -y al mismo tiempo pide a Pedro que sea su Vicario y representante en la tierra- entonces también Pedro puede enviarnos al Espíritu Santo. Y si Pedro es el primer Obispo de Roma, entonces también él tiene el poder y la autoridad para enviarnos el Espíritu Santo. De esto se sigue que todos los demás Obispos de Roma, Vicarios y representantes de Cristo sobre la tierra, tienen el poder y la soberanía y están libres de todo reproche sobre cualquier tema, de la misma manera que Cristo y que Dios sobre toda la humanidad. Estas enseñanzas falsas han llevado al Papado a convertirse en una teoría increible y absurda. La Supremacía Papal. La figura Pontificia fue creciendo con acuerdos políticos y con la extensión territorial; esto jugó un papel muy importante en la división de la Iglesia. Cuando se intentó imponer esa falsa figura al Oriente se obtuvo el Gran Cisma de 1054. La culminación de la Supremacía Papal es descrita por el Papa Gregorio VII (1073-1085) cuando él define a la figura pontificia en 27 afirmaciones, de las cuales prsentamos lo siguiente: “La Iglesia de Roma fue fundada por Dios; el Romano Pontífice en sí mismo tiene el título de ‘Ecuménico’; él en sí mismo puede ordenar o suspender Obispos; él sólo, puede transferir a un Obispo de un lugar a otro; él tiene el poder de ordenar cualquier clero de cualquier iglesia, y aquel que fue ordenado por él no puede recibir un grado más alto que el que él le ha otorgado, aún sea otro Obispo el que lo haga; ningún Sínodo puede ser llamado ‘Ecuménico’ sin su autorización; todo lo que sea proclamado por él no puede ser rebatido por nadie; él no puede ser juzgado por nadie; a él serán remitidos todos los casos importantes de cualquier Iglesia; la Iglesia de Roma nunca se equivocó y nunca se equivocará de aquí hasta la eternidad; aquel que no esté en comunión con la Iglesia de Roma no puede ser considerado Católico; sólo el Romano Pontífice puede dispensar de cualquier clase de juramento hecho por los infieles o de cualquier clase de fidelidad prometida a todo aquello que no sea la Fe de la Iglesia Romana.. capítulo 13

El Gran Cisma Focio El siglo IX fue un siglo único ya que ambos Imperios (el Santo Imperio de Roma y el Imperio Bizantino) estaban en su esplendor. El Imperio Bizantino comenzó su decadencia cuando los Arabes atentaron en contra de su opulencia. Durante este período de decadencia de la autoridad eclesíastica por el poder del emperador se sucitó un Cisma. Cuando Focio ascendió al Trono del Patriarcado de Constantinopla en 861, el Papa Nicolas I de Roma se rehusó a reconocerlo como tal, argumentando que no le habían consultado a él. Ignacio, el predecesor de Focio, fue depuesto y Nicolas mandó a dos representantes a investigar. Cuando éstos reportaron que todo estaba en orden, el Papa Nicolas aceptó la decisión. El Papa Nicolas convocó a un Concilio en Roma (863) despojando a Focio de su título y reinstalando a Ignacio. Nicolas declaró que Cristo mismo había hablado a través de él. Esta fue la primera declaración pública sobre la Supremacía Pontificia en Constantinopla. Tanto el Emperador Bizantino como el Patriarca Focio ignoraron dicha intervención. Sin embargo otra controversia se sucitó entre Nicolas y Focio: El rey Boris de Bulgaria pidió a Focio mandara misioneros a cristianizar a los búlgaros bajo la condición de formar una Iglesia y un Estado independientes. Boris no recibió respuesta de Focio, así que fue con el Papa Nicolas, quien respondió inmediatamente que sí lo haría. El Papa mandó a sus Obispos y Sacerdootes, quienes introdujeron costumbres Latinas y quienes también impusieron el Credo con el Filioque. Focio convocó a Concilio en Constantinopla (867) para condenar la actitud anticanónica del Papa Nicolas. Representantes de Antioquía, Jerusalem y Alejandría participaron en este Concilio y excomulgaron al Papa Nicolas. A este Cisma se le conoce como el Cisma de Focio. En el año 879 otro Concilio se llevó a cabo en Constantinopla con representantes del Papa, quienes se retractaron de las excomuniones proferidas contra Focio, y el Papa Juan VIII oficialmente reconoció a Focio como Patriarca de Constantinopla; con esto se dió fin al Cisma de Focio. La Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia se separa. El Imperio Bizantino pasaba por el más brillante período de su larga y gloriosa historia desde el siglo IX hasta el siglo XI. Constantinopla dominaba el Mediterraneo con abundancia, cultura y conquistas artísticas. Mientras que Europa pasaba por una época de obscuridad, ignorancia, inmoralidad y degradación. Fue en el siglo XI que un grupo de monjes Cluniacenses implusaron la Reforma de la Iglesia Católica. El Papa Leon IX (1048-1054), producto de la reforma Cluniacense, dió gran fuerza a la autoridad del Papa, imponiendo el celibato al clero,e insistiendo en el Filioque. Leon IX también extendió su movimiento “reformista” al sureste de Italia y a Sicilia, que estaba bajo la jurisdicción de Constantinopla. Él depuso al clero del lugar y cerró las iglesias que no estaban de acuerdo con sus demandas. El Patriarca Miguel Cerulario de Constantinopla, protestó ante estos acontecimientos. La esencia del Gran Cisma surge ahora. Leon IX, Papa. Cuando el Patriarca Miguel comprendió lo que el Papa Leon IX hacia en el sureste de Italia, él cerró todas las iglesias y los monasterios de rito latino en Oriente. El Papa Leon mandó una carta al Emperador Bizantino, Constantino IX Monomachos y a Miguel Cerulario en la que decía: “Cristo encomendó a San Pedro mantener la Supremacía Pontificia sobre toda la Iglesia”. Esperando mantener la armonía, el Patriarca y Constantino respondieron moderadamente. Sin embargo Leon IX interpretó su respuesta como arrogante y preparó otra carta en la que demandaba la completa y total supremacía y obediencia. La Bula de Excomunión. El Papa Leon IX mandó su carta al Emperador Constantino IX Monomachos con el Cardenal Humberto (monje Cluniacense), el Arzobispo Federico de Lorraine (y Canciller de la oficina pontificia), y el Obispo Pedro de Amalfi. Los legados llegaron a Constantinopla en los comienzos del 1054, pero sólo se vieron con el Emperador, rehusándose a ver al Patriarca. Los legados insistían en las demandas que el Papa hacía. Mientras esto sucedía en Constantinopla, Los Normandos invadieron Roma y tomaron prisionero al Papa Leon IX, quien murió en Abril de 1054. Tras este suceso, los legados, canónicamente, perdían la representatividad papal -¿a quién representaban si aquél ya había muerto?-. Todas las acciones debían ser suspendidas hasta la elección del nuevo Papa, pero el Cardenal Humberto y los otros dos legados continuaron haciendo las demandas papales. El Patriarca se rehusó a hacer cualquier tipo de consesión a los legados pontificios hasta que no fueran respaldados por la autoridad que el Papa les había conferido, de ser así iría en contra de la Tradición de la Iglesia y de las prácticas canónicas que la Iglesia había profesado en lo largo de su historia. Después de varios meses, los representantes del Papa decidieron no negociar con los Bizantinos y el Sábado 16 de Julio de 1054, mientras el Patriarca Miguel Cerulario celebraba la Divina Liturgia en Santa Sofía, los legados entraron en la iglesia y depositaron la Bula de Excomunión sobre el altar. La Bula decía: “Miguel (Cerulario) y sus seguidores, por todas sus heregías, culpas, errores e insolencias, junto con el demonio y sus ángeles, sean considerados anatema (fuera de la Iglesia)”. El Cisma. Después haber recibido la Bula de Excomunión, el Patriarca Miguel Cerulario convocó a Concilio en Constantinopla y excomulgó a los legados. Los Patriarcados de Jerusalem, Antioquía y Alejandría, después de ser notificados, apoyaron a Miguel Cerulario y reafirmaron su lealtad a la Iglesia de Oriente. Así fue como la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia fue dividida; por la Supremacía Pontificia, que aún sigue vigente en Occidente, y que intentó ser impuesta a Oriente. Se suponía que el Cisma debía ser resuelto por sí mismo y como un problema local, como se resolvió el Cisma de Focio, por ejemplo, pero las disputas entre las dos Iglesias y las fricciones entre ambas agravaron la situación. Lo que decididamente hizo que creciera la separación entre Oriente y Occidente fueron las Cruzadas. Las Cruzadas. Al final del siglo XI, el Papa Urbano II promovió la primera Cruzada para liberar los santos lugares de los Árabes. Había dos caminos por los que los cruzados podían llegar a Tierra Santa: por tierra o por mar. De cualquier forma tenían contacto con los Cristianos Ortodoxos de Oriente; y debían hacer hasta lo imposible por latinizar al clero y a los laicos. El punto crucial fue cuando en 1204, la Cuarta de las Cruzadas insitaron a Constantinopla contra Jerusalem. Los conquistadores latinos de Constantinopla reemplazaron al Patriarca con un Prelado Latino. Hicieron lo mismo en Antioquía y en Jerusalem. El Emperador Bizantino, el Patriarca, el clero y los laicos que no se sometieran a las prácticas latinas eran forzados a someterse al exilio en Nicea, la ciudad en donde tomó lugar el Primer Concilio Ecuménico. Las Cruzadas Latinas tuvieron lugar a lo largo de 60 años, aproximadamente, hasta que otro Emperador Bizantino recuperó Constantinopla en 1261 y los Patriarcas Ortodoxos fueron restituidos en Constantinopla, Antioquía y Jerusalem. El Cisma, lo que debió ser un problema temporal que sólo durara unos cuantos años se convirtió en un completo y total Cisma entre Roma y los Patriarcados de Oriente de Constantinopla, Antioquía, Jerusalem y Alejandría, así como también toda la cristiandad oriental. Consecuencias de las Cruzadas. Steven Runciman, un escritor bizantino contemporáneo, escribe: “El golpe que las Cruzadas dieron al Islam es pequeño en comparasión con el golpe que dieron a la cristiandad oriental. El Papa Urbano II permitió que las Cruzadas fueran tras aquellos cristianos ortodoxos para ayudarles y rescatarlos. Fue un extraño rescate; el trabajo se acabó, la cristiandad ortodoxa fue dominada por los infieles, y los cruzados hicieron todo lo que pudieron para impedir su rescate” Historia de la Cruzadas Volumen III. La mayor tragedia de este período fue que Occidente nunca comprendió a Bizancio. Siempre miraron a los Bizantinos como sus adversarios, como infieles. Y lo peor es que todo ello intensificó el odio Musulman por el nombre Cristiano. Bizancio sobrevivió doscientos años más en la ciudad de Constantinopla. De cualquier forma nunca volvió a ser igual. Los Cruzados habían avivado el fuego de los Turcos. “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de maldad contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los Profetas anteriores a vosotros” (Mt 5:11-12). “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros… E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí…” (cfr Jn 15:18-16:4).


TRIUNFO DE LA ICONOGRAFIA Publicado el junio 21, 2011 por orthodoxgeorgioslanb TRIUNFO DE LA ICONOGRAFÍA Entre los años 717 y 741 d.C. existieron varias heregias que intentaron eliminar el más mínimo uso de las imágenes (iconos), y que pretendían instaurar una serie de “reformas religiosas”; resultando así dos principales proclamaciones encontra de los iconos: La primera, en el 726, que colocaba a las imágenes en un lugar “casi” idolátrico; y la segunda, en el 730, que, definitivemente, declaraba eliminarles. San Juan Damaceno y San Basilio el Grande dan fin a ésta controversia: “Los iconos deben servir como un monumento a la muestra de heroísmo de los Santos”. “El honor rendido al icono pasa al prototipo que representa”. Los iconos nos sirven para “Imitar las virtudes iluminadas en él y para glorificar a Dios”. Finalmente, los Padres del séptimo Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en el 787 d.C., decretaron la correcta doctrina sobre los santos iconos y se promulgaron a favor de su uso en las iglesias y en las casas de los fieles, rindiéndoles honor como expresión de su Fe en Cristo encarnado, pero no adoración, la cual sólo es ofrecida al Único Dios verdadero. Padre, Hijo y Espíritu Santo. PROCLAMACIÓN DEL GRAN CONCILIO ECUMÉNICO (787d.C) Así como los profetas vieron, así como, los Apóstoles pensaron, así como, la Iglesia lo ha recibido, así como los santos Doctores han dogmatizado, así como el universo acordó, así como la gracia se ha manifestado, así como la verdad ha sido revelada, así como la falsedad ha sido disuelta, así como la sabiduría se nos ha presentado, así como Cristo nos ha recompensado. Esto es lo que creemos, esto es lo que declaramos, esto es lo que precísamente proclamamos: A Cristo nuestro verdadero Dios, y honramos a sus Santos, con palabras, con escritos, con pensamientos, con ofrendas, en iglesias y en Santos Íconos; así pues, adoramos y damos culto a Cristo como Dios y Señor y honramos a los Santos como siervos de nuestro Dios y Señor, por su virtud y devoción a Cristo nuestro Salvador. ¡Ésta es la Fe de los Apóstoles! ¡Ésta es la Fe de los Santos Padres! ¡Ésta es la Fe de la Iglesia! ¡Ésta es la Fe sobre la cual el universo ha sido fundado! LA ICONOGRAFÍA

“El Arte ha resucitado en Cristo:ni signo ni cuadro, sino icono; símbolo de presencia y visión del dogma, revelación eónica del Dios vivo”.

En perpetuo movimiento interior, cuasimusical, siguiendo paso a paso el misterio litúrgico, la vivencia de lo trascendente, la iconografía acompaña los vuelos del pensamiento y los rebasa en sus sombras reveladoras de lo invisible e inefable. La palabra traduce la forma lógica de la Verdad; el icono es su símbolo plástico, en el que se perfila el misterio; a través de su transparente corteza mundana, esculpe la última realidad inmutable, con la luz del Tabor teje su propia trama y detrás de los fenómenos hace traslucir el cielo sobre la tierra; de un trazo ágil -con la agilidad del Espíritu Santo- rasga el mundo y hace brotar la presencia trascendente. El icono es una tal doxología, con destellos de gloria que la canta con sus propios medios. Es una evidencia erigida en argumento iconográfico de la Verdad divina. El contenido inteligible de los iconos es dogmático y por eso la belleza no está en el icono -obra de arte-, sino en su verdad. Un icono jamás puede ser “bonito”, hermoso, se necesita cierta madurez espiritual para reconocerlo. La veneración del Evangelio, de la Cruz y de los iconos forma un todo con el misterio litúrgico de la presencia de Cristo, que la Iglesia proclama desde fondo del cáliz. El fundamento bíblico del icono está en la creación del hombre a imagen de Dios. Esto demuestra una cierta conformidad entre lo divino y lo humano, explica la unión de las dos naturalezas de Cristo. Dios puede mirarse en lo humano y reflejarse en el hombre como un espejo, pues él es su imagen. Dios habla la lengua humana. Y ciertamente, el mejor icono de Dios es el hombre; durante la liturgia, el celebrante inciensa a los fieles con el mismo título que a los iconos. La Iglesia saluda a la imagen de Dios en los hombres. El Séptimo Concilio dice: “Cuanto más contempla el fiel los iconos, tanto más se acuerda del que está representado y se esfuerza en imitarle”. Testimonia respeto y veneración, sin ninguna adoración propiamente dicha, que se debe sólo a Dios. El icono es la expresión, la semejanza de lo existente; por el contrario, un ídolo es la similitud de lo inexistente, ficción, simulacro. Idolatrar un icono es destruirlo, pues encerrar a la persona representada en una tabla de madera, es convertirla en ídolo y hacer a esa persona inexistente. El icono no es una encarnación, ni tan siquiera un lugar, sino un signo sensible de la presencia irradiante invisible. La imagen lleva el nombre del original, y no su naturaleza. Luego no hay ninguna ontología inscrita, en un icono. Sólo el nombre diseñado y así atestado en su irradiación más real. El espacio dado no aprisiona nada, sino que participa en la presencia y se santifica. El icono no tiene existencia propia, no hace más que guiarnos; tiene una función pedagógica de enseñanza, es una llamada constante de Dios y excita el deseo de imitación. Incluso el perfecto necesita de la imagen, como necesita el libro para el Evangelio. He aquí tres citas que nos muestran la pedogogía del icono: “El icono viene a ayudar a la razón, cuando ésta no puede captar nada por medio de la palabra”(Patriarca Nicéforo). “Si un pagano te pide que le muestres tu fe, condúcelo a la Iglesia y colócalo ante los iconos” (San Juan Damaceno). “Por medio de mis ojos carnales que contemplan el icono, mi vida espiritual se sumerge en el misterio de la Encarnación” (San Juan Damaceno). Para Oriente el icono es uno de los sacramentales de la presencia. “Ya por la contemplación de la Escritura, ya por la representación del icono… nos acordamos de todos los prototipos y somos introducidos en su presencia cerca de ellos” (Mansi). Lo que el libro nos dice por la palabra, nos lo anuncia el icono por el color y nos lo hace presente. Ciertamente el icono no tiene realidad propia en sí mismo. Su valor radica en su participación en lo “completamente otro” y por ello no puede encerrar nada en sí mismo, con lo que se convierte en punto esquemático de irradiación de la presencia, y la presencia no queda localizada. Su valor está íntimamente vinculado a la Teología litúrgica de la presencia que separa netamente un icono de un cuadro de tema religoso. Toda obra artística se sitúa en un triángulo cerrado: el artista, su obra, el espectador. El artista ejecuta su obra y sucita la emoción en el alma del espectador; el conjunto se encuentra encerrado en un inmanentismo estético. Y si la emoción pasa a la experiencia religiosa, ésta se debe a la capacidad subjetiva de tal espectador. El icono, por su carácter sacramental, rompe el triángulo y su inmanentismo mismo. Se afirma independientemente del artista y del espectador, y suscita no la emoción, sino el advenimiento de lo trascendente, cuya presencia atestigua. El artista desaparece tras la Tradición que habla; la obra de arte se convierte en Teofanía ante la cual no se puede quedar uno espectante, sino que debe prosternarse en un acto de adoración y plegaria. La Liturgia, aquí abajo, es el icono de la liturgia celeste, y los hombres son unos iconos del misterio angélico de adoración y de plegaria. Todo esto es participación y presencia. Toda parcela del ser creado, en su existencia misma, recita la oración eucarística: “Te ofrecemos de lo tuyo lo que es tuyo”. (Exclamación Litúrgica en el momento de la Elevación de los Santos Dones). La potencia de un icono viene de su contenido, manifiesta el Espíritu. La iconografía nos inicia en lo suprasensible; la realidad empírica se diluye ante la lectura de los prototipos del pensamiento divino. Así, lo propio del icono son las esencias presentes, la revelación del esquema espiritual oculto. Se dirige a los ojos del espíritu. El icono se dirige a los ojos del espíritu para hacer contemplar los “cuerpos espirituales” de los que habla san Pablo. Todo lo que sea adorno psíquico, gesto dramático, afectación o agitación queda radicalmente suprimido. Todo icono está en función del icono del Salvador(llamado akeropoieta: no hecha de mano por manos de hombre) de la “Santa Faz”, en el que unos angeles la sostienen un velo y la revelan a los hombres. No es exactamente un retrato de Jesús; es el icono de su presencia. La iconografía es toda una ciencia acabada que hace sentir, casi palpar, el mundo de lo inteligible. Así las relaciones entre las dimensiones reales de los seres y de las cosas no entran en modo alguno en un icono, pues éste no dibuja la naturaleza, sino que traza su figuración esquemática y la muestra interiorizada en su sumisión al espíritu humano. No existen claro-oscuro, ni relieves con sombras, pues en el mundo del icono no se pone el sol. Es el día sin ocaso, el mediodía irradiante de la encarnación sin sombra ni oscuridad. La fuente de luz está ausente, pues la luz está en el interior del icono que ilumina todos los detalles de su propia composición.

“A los que conocen y reciben las visiones proféticas en las formas y figuras que Dios mismo les dió y que el coro de los profetas profesa haber visto; que tienen también la tradición, escrita u oral, transmitida por los Apóstoles hasta los Padres y que, por esta razón representan en imagenes las cosas santas y las veneran, a todos ellos: MEMORIA ETERNA”. El Icono de los iconos. En 1515 la Catedral de la Asunción de Moscú acababa de ser decorada con unos espléndidos iconos ejecutados por unos alumnos del maestro Rublev. Cuando el metropolita, los obispos y los fieles entraron, todos a una voz entonaron ésta exclamación. “Verdaderamente se abren los cielos y se muestran los resplandores de Dios.” El icono de la Santa Trinidad fue ejecutado en 1425 por el monje Andrés Rublev y -ahora ya santo-; aproximadamente ciento cincuenta años después, el “Concilio de los cien Capítulos” lo erige en modelo de la iconografía y de todas las representaciones de la Santa Trinidad. Podemos decir con toda certeza que no existe en ninguna parte algo semejante en cuanto al vigor de la síntesis teológica, a la riqueza del simbolismo e inigualable belleza artística. A) Se pueden distinguir tres planos superpuestos. En primer lugar la reminiscencia de la narración bíblica de la visita de los tres peregrinos a Abaham (Gn 18:1-15). “Bienaventurado Abraham, tú los viste y recibiste a la divinidad una y trina”. El segundo plano, el de la “economía divina”. Los tres peregrinos forman “el Consejo eterno” y el paisaje cambia de significado: la tienda de Abraham se convierte en Palacio-Templo; la encina de Mambré, en el Árbol de la Vida; el cosmos, una Copa esquemática de la naturaleza, signo ligero de su presencia. El ternero sobre una bandeja cede el lugar a la Copa Eucrística. Las alas de los Ángeles, al igual que la manera esquemática de tratar el paisaje, dan la impresión inmediata de algo inmaterial, de la ausencia de toda pesadez terrena. Al no haber perspectiva, desaparece la distancia, la profundidad en la que todo se sumerge en la lejanía y, por el efecto contrario, acerca las figuras, muestra que Dios está allí, y que está en todas partes. La levedad alegre del conjunto constituye una visión alada. El tercer plano, el profundamente divino, solamente se sugiere. Es trascendente e inaccesible. Sin embargo está presente, en cuanto que la economía de la salvación fluye de la vida interior de Dios. En su esencia trina Dios es amor en sí, y su amor para con el mundo es el reflejo de su amor trinitario. La copa figura el don de sí, que no es merma, sino la expresión de la sobreabundancia del amor; los ángeles se agrupan alrededor del alimento divino: el Cordero. “El Cordero de Dios ha sido inmolado antes de la creación del mundo” (Libro del Apocalípsis). El amor, el sacrificio y la inmolación preceden al acto de la creación del mundo, están en su fuente. C) Esta visión de Dios irradia de la verdad trascendente del dogma. De la concepción de los Ángeles de Rublev se desprende la unidad y la igualdad. La diferencia proviene de la actitud personal de cada uno para con los otros y sin embargo no hay ni repetición ni confusión. El oro rutilante de los iconos designa siempre la divinidad, su sobreabundancia; las alas de los Ángeles lo envuelven y lo cubren todo con su amplitud, y los contornos interiores de las alas de un azul muy tierno colocan en relieve la unidad y el carácter celeste de la única naturaleza. Los cetros idénticos, signos del poder real de que está dotado cada Ángel, expresan un sólo Dios y tres Personas perfectamente iguales. “La forma divina de la unidad trina nos mira, trasciende nuestras divisiones y nuestras rupturas. Es un llamamiento imperioso que actúa por su sola realidad y por su simple existencia”. D) Las formas geométricas de la composición son: el rectángulo, la cruz, el triángulo y el círculo. Estructuran la imagen desde dentro y hay que descubrirlas. En las concepciones de la época la tierra era octagonal, y el rectángulo es el geroglífico de la tierra, que vemos en la parte inferior de la mesa. La parte superior de la mesa es igualmente rectangular; volvemos a encontrar en ello la significación de los cuatro lados del mundo, de los cuatro puntos cardinales que, para los Padres de la Iglesia, eran la cifra simbólica de los cuatro Evangelios en su plenitud a la que no se le puede añadir o quitar nada. Es el signo de la universalidad de la Palabra. Esta parte superior de la mesa-altar representa la Biblia ofreciendo la copa, fruto de la Palabra. Si se prolonga la linea del árbol de la vida, lo vemos descender, atravesar la mesa y hundir sus raices en el rectángulo de la tierra; es anunciado por la Palabra y alimentado por el contenido de la copa. Las manos de los Ángeles convergen hacia el signo de la tierra; éste es el punto de aplicación del Amor divino. El mundo está más allá de Dios como un ser de naturaleza diferente, pero incluido en el círculo sagrado de la “comunión del Padre”, sigue el movimiento circular, se encuentra arriba, en lo celeste, bajo la forma de la roca, y este movimiento circular se resuelve para el mundo en el palacio-templo. Este templo es como la extensión del amor del Padre, su amor a la humanidad encarnado. Es su cuerpo cósmico, la Iglesia, esposa del Cordero unida a Él “sin separación y sin confusión”. Es la visión escatológica de la nueva Jerusalén. El templo, que avanza como un poder protector, simboliza la protección maternal de la Theotokos y del sacerdocio de los santos. Según la Tradición, la madera de la Cruz se sacó del árbol de la vida. La aureola, el círculo luminoso del Hijo, la copa y el signo de la tierra se encuentran en la misma línea vertical. Ésta divide el icono en dos y se cruza con la línea horizontal que une los círculos luminosos de los Ángeles del lado, y forma la cruz. La Cruz queda inscrita así en el círculo sagrado de la vida divina; es el eje vivo del amor trinitario.

“El Padre es el amor que crucifica, el Hijo es el amor crucificado, el Espíritu Santo es la Cruz del Amor, su poder invencible”. E) La actitud del Padre tiene algo de monumental; emana la paz hierática y la inmovilidad, el acto puro, perfecto, principio estático de la eternidad. El poder divino, como lo confiesa nuestro Credo, “Creo en un sólo Dios, Padre Omnipotente”, es el poder paterno del amor del Padre, reflejado en la mirada del Ángel de la izquierda. Es Amor, y justamente por eso, no puede revelarse más que en la comunión y solamente puede conocerse como comunión. No se puede tener ningún conocimiento de Dios fuera de la comunicación entre el hombre y Dios; y ésta es siempre trinitaria e inicia en la comunión entre el Padre y el Hijo. Ahora se comprende por qué el Padre no se revela nunca directamente. Es la Fuente, y precisamente por ello, el Silencio. Se revela eternamente, pero es la “diunidad” del Hijo y del Espíritu Santo quien lo revela. El icono muestra esta comunión cuyo hogar vivo es la copa. “El Padre está en mí. Todo lo que tiene el Padre, me pertenece.” F) El Hijo escucha: las parábolas de su vestido expresan la atención suprema, el abandono de sí. También Él se renuncia, para ser el Verbo de su Padre. Su mano derecha reproduce el gesto del Padre: la bendición. Los dos dedos, que se destacan sobre la blancura de la mesa-Biblia, anuncian el camino de la salvación-unión en Cristo de las dos naturalezas, la introducción del mundo, de lo humano, en la comunión del Padre. G) La dulzura de líneas del Ángel de la derecha tiene algo de maternal. El Consolador, pero también el Espíritu de la Vida. Es el que da la vida y en quien toda vida se organiza. Es el tercer término del Amor divino, el Espíritu del Amor. Él es el Espíritu de la comunión. Como dice San Juan Damaceno: “Por el Espíritu Santo reconocemos a Cristo, Hijo de Dios, y por el Hijo contemplamos al Padre”. En el momento de la Epifanía, el Padre se dirige hacia el Hijo en el movimiento de la paloma. H) Los colores en la iconografía poseen su propio lenguaje. En Rublev alcanzan una riqueza inigualable, un acorde musical total con toda la gama de los más finos matices que repercuten en todos los detalles de la composición. La densidad de los colores de la figura central queda realzada por el contraste con la blancura de la mesa y se refleja en el reverbo sedoso de los ángeles de los lados. La púrpura oscura (el Amor divino) y el azul denso (la verdad celeste) con el oro de trasfondo (la abundancia divina) forman el acorde perfecto que se perpetúa y se vuelve a encontrar con una tonalidad mitigada como una revelación matizada. “De este modo el Padre, inaccesible por la intensidad de su luz, se revela sutilmente, accesible en la nube luminosa del Hijo y del Espíritu Santo.” I) Del icono se desprende un potente llamamiento: “Sed uno como el Padre y Yo somos uno”. El hombre es la imagen de Dios Trino; en su naturaleza la Iglesia-Comunión está inscrita como la última verdad. todos los hombres están llamados a reunirse alrededor del mismo y único Caliz, a elevarse al nivel del corazón divino y tomar parte en el Banquete mesiánico, a convertirse en un sólo Templo-Cordero. El “icono de los iconos”, el icono de la Santa Trinidad, es pues, la anticipación del Reino de los cielos, impregnada de la luz que no es de este mundo, bañada en fin con una alegría pura, desinteresada, de una alegría divina, por el simple hecho de que la Trinidad existe y que somos amados y que todo es gracia. “El asombro brota del alma, que se calla. Los místicos nunca hablan de la cumbre, sólo el silencio la descubre. Sólo el silencio puede contener al Infinito.” La Natividad de Cristo El Año de la Iglesia contiene dos grandes momentos: el primero es la Pascua y Pentecostes; y el segundo, la Natividad y la Teofanía.

El día de la Natividad los servicios conmemoran no solamente el Nacimiento de Cristo en Belén y la adoración por los pastores, sino también la llegada de los Magos con los dones (oro, incienso y mirra). La perícopa de los tres reyes Magos (Mt 2:1-12), la cual en el rito Romano y Anglicano es propia del 6 de Enero, en el rito Bizantino es leída en la mañana del 25 de Diciembre.

Los elementos familiares y acogedores del relato de la Natividad (el niño envuelto en pañales y reposado en un pesebre, el buey y el asno en torno a Él, los pastores contemplándole, etc.), están presentes en todos los himnos Ortodoxos que se cantan en este día. Pero el principal centro de interés, independientemente de todo esto: No son los detalles de ésta imagen, talvez es tocado por ella, ni siquiera es la humanidad del niño Jesús, sino la paradójica unión de la humanidad con la divinidad. “Un Niño, el Dios de los siglos”. (Kondakion de la fiesta): Este es el supremo y crucial significado de la Natividad. Sin dejar de ser lo que Él es desde toda la eternidad -Dios verdadero-, Uno de la Trinidad nos viene verdaderamente y completamente como hombre, nacido como niño y de una madre enteramente humana.

Este es el tema que es tocado de diversas formas y continuamente en los textos litúrgicos del día -el contraste entre lo divino y lo humano en una Persona, en Cristo Encarnado-. Aquel que creó el mundo, ahora Él mismo, “toma la forma” de creatura; el Creador se hace a Sí mismo creatura; “Aquel que sostiene a toda la creación en sus manos hoy nace de una Virgen” (Vigilia de la Natividad, Nona); “Aquel que es más viejo que el anciano Adán”, reposa en los brazos de su madre; el Dios de la Gloria, quien “rompe las ataduras del pecado”, es envuelto en pañales; Aquel que es la Razón divina (logos) reposa en un pesebre junto con los animales irracionales (aloga); es alimentado con leche materna Quien alimenta a toda la creación.

Pasajes como estos intentan explicar, de alguna manera, a los miembros de la Iglesia, el significado de la Encarnación del Verbo “Dios hecho carne”, “Verdadero Hombre”. Cualquier adorador en espíritu, ante el pesebre, mirando al “gentíl y humilde Jesús” se queda lleno de asombro; porque ve más allá: Al Hijo de Dios, al Unigénito del Padre desde la eternidad, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero. La Santa Teofanía “A la voz del que clama en el desierto: ‘preparad el camino del Señor’, has acudido, Señor, tomando la forma de siervo y, Tú que no conoces pecado, pides ser bautizado.

Al verte, las aguas temieron y el Precursor temblando exclamó: ¿Cómo podrá el candil iluminar a la luz? ¿Cómo puede el siervo poner su mano sobre el Señor?

!Oh Salvador, Tú que quitas los pecados del mundo, santifícame a mí junto con las aguas!” (Idiómelo de la Gran Bendición de las Aguas).

En la tradición oriental el 6 de enero celebramos el Bautismo de Nuestro Señor en el Jordán, no la adoración de los magos (como en Occidente).

El día de Teofanía está marcado por una ceremonia muy peculiar: La Gran Bendición de las Aguas. Esta ceremonia consta de dos etapas:

1) El 5 de enero, después de la Liturgia, se hace la Primera Bendición de las Aguas dentro del templo.

2) El 6 de enero, después de la Liturgia, precedida de Maitines propios, se hace la Segunda Bendición de las Aguas. Esta última, siempre que se puede, se hace al aire libre a la orilla de un río o del mar o en cualquier lugar donde fluya el agua. En países donde el invierno es muy frío, se perfora el hielo de los ríos para bendecir el agua que corre por debajo.

El momento culminante de la ceremonia es cuando el Sacerdote que preside sumerge tres veces, dentro de las aguas, la Cruz; en memorial de la triple inmersión de Cristo en el Jordán, también como la triple inmersión con la que todo cristiano ortodoxo es bautizado, e inicia así su vida cristiana.

Debe enfatizarse que la bendición se efectúa, no por el Sacerdote celebrante ni por el pueblo que ora junto con é1; es Cristo mismo el verdadero celebrante en éste, como en todos los misterios de la Iglesia.

Es Cristo quien bendijo las aguas de una vez y para siempre por su bautismo en el Jordán: la ceremonia litúrgica de la bendición de las aguas, solo es como una extensión del acto original de Cristo.

El significado propio de la Fiesta radica en su nombre: Epifania=”Manifestación”, o mejor dicho Teofanía= “Manifestación de Dios”.

El bautismo de Cristo en el Jordán es la “Manifestación de Dios” al mundo, en primer lugar porque es el principio del ministerio público de Nuestro Señor; pero en segundo lugar, y con un significado más profundo, porque por el bautismo de Cristo es concedida al mundo la revelación de la Santísima Trinidad. Las Tres Divinas Personas son manifestadas: El Padre, desde lo alto, da testimonio del Hijo muy amado, Jesús; El Hijo recibe el testimonio de su Padre; y el Espíritu Santo es visto en forma de paloma, descendiendo del Padre y posándose en el Hijo. Podemos apreciar esta imagen en el Tropario de la Fiesta:

“En el Jordán, cuando fuiste bautizado, Oh Señor, se manifestó la Trinidad adorable; porque la voz del Padre dio testimonio de Tí, nombrándote su Hijo amado, y el Espíritu, en forma de paloma, confirmó la verdad del Verbo. iOh Manifestado, Cristo Dios Nuestro, que al mundo iluminas, gloria a Ti!”

Este tema de la Manifestación o Revelación se expresa en particular, bajo el simbolismo de la Luz: cuando el Tropario canta: “!Oh Manifestado, Cristo Dios Nuestro, que al mundo iluminas…”. Es por ello que al 6 de enero, ademas de Teofanía, le llamamos “Fiesta de las Luces”. La Iglesia cerebra en este día la iluminación del mundo por la Luz de Cristo: “Luz de Luz, Cristo Nuestro Dios, que te has mostrado al mundo, Dios manifestado” (primer estichira de laudes de los maitines de la Fiesta) ; “Tú haces brillar tu luz en todas las cosas por tu Manifestación” (Ipakoi de maitines de la Fiesta); “Aquellos que yacían en las tinieblas han visto una gran Luz” (Canon de la novena oda de maitines del 5 de enero).

A las ideas de Manifestación e Iluminación les acompaña una tercera: Renovación, Regeneración, Re-Creación. El bautismo de Cristo en el Jordán renueva nuestra naturaleza, porque es preludio de nuestro bautismo en la fuente bautismal; y renueva y regenera, no sólo nuestra naturaleza humana, sino la Creación entera.

Para comprender la idea de Renovación nos puede ayudar el preguntarnos: ¿Por qué Cristo fue bautizado? Nosotros somos bautizados porque somos pecadores: nosotros nos sumergimos, dentro de las aguas, sucios por el pecado, y emergemos limpios. Pero, ¿por qué Cristo, quien no conoció pecado, necesitó ser bautizado en, el Jordán? Dejemos que los textos litúrgicos nos respondan:

“Por ser Dios, Oh Cristo, no necesitabas purificarte, pero para el bien del hombre caido fuiste purificado en el Jordán” (quinta oda del primer canon de maitines de la Fiesta); “Como hombre eres purificado para purificarme a mi pecador” (primera oda del canon de completes del 5 de enero).

En favor del pecador, en realidad no es Cristo quien se purifica en el Jordán, sino nosotros mismos, en la Persona de Cristo. Dada su naturaleza humana, por el misterio de la Encarnación, Nuestro Señor asume un roll representativo: viene a ser el Nuevo Adan, rescatando a toda la raza humana en Él mismo.

En la Cruz, sin ningún pecado, Jesucristo sufrió y murió por los pecados de toda la humanidad; y del mismo modo en su bautismo, sin ningún pecado, Él fue purificado por nosotros pecadores. Cuando Cristo fue dentro del Jordán, como Nuevo Adan, cargó con nosotros: y ahí, en las aguas, nos purificó transformándonos, al emerger del río, en creaturas nuevas, regenerándonos y reconciliándonos. En el bautismo de Cristo por manos del Precursor, Juan, nuestra propia regeneración bautismal queda casi completada por anticipación. Todas las celebraciones de la Eucaristía son una participación de la Única Última Cena; y de modo similar cada bautismo es una participación en el bautismo de Cristo.

Como una indicación de la cercania que existe entre nuestro bautismo y el de Cristo, debemos resaltar que la oración que se hace para la Gran Bendición de las Aguas en la celebración de la Teofanía, es casi idéntica a la oración que se utiliza para bendecir la fuente bautismal en cada bautismo.

Cuando Cristo desciende en las aguas, no sólo carga con nosotros y nos purifica, sino que también purifica la naturaleza de las aguas. “Cristo se manifiesta en el Jordán para santificar las aguas”. La Fiesta de la Teofanía, tiene también un aspecto cósmico. La caída de algunos ángeles, y después la caída del hombre, arrasan con todo el universo. Toda la Creación de Dios fue desfigurada y caída.

Cristo viene a la tierra para redimir, no solo al hombre, sino a través del hombre, a la Creación entera. Cuando Él entra en las aguas efectúa, por anticipación, nuestra regeneración.

Si el agua actúa como medio de la Gracia pre-eminentemente en el Sacramento del Bautismo, también es usada como medio de santificación en muchas otras ocasiones. Es por ello que a los ortodoxos se les invita a beber de las aguas que han sido bendecidas; también se les invita a rociarse con ellas y a llevarse un poco de agua a sus casas y guardarla para usarla en diferentes momentos. Este acto se debe a que estan convencidos de que en virtud de la Encarnación, del Bautismo y de la Transfiguración de Cristo, todas las cosas han de santificarse. “Por tu Encarnación la tierra fue santificada, las aguas bendecidas y el universo iluminado” (cuarta oda del canon de completes del 5 de enero).

Esto es, pues, parte del sentido de la Fiesta de la Teofanía. “Aquel que siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; sino que se despojó de Sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a Sí mismo” (Fil 2: 6-8).

En los ojos de aquel que es cristiano, nada debe aparecer trivial, porque la Gracia redentora y transformante del Salvador se extiende a todas las cosas y por toda la tierra, por muy inexplicable que esto sea.

FUENTE: MONASTERIO DE SAN ANTONIO EL GRANDE, JILOTEPEC, EDO DE MEX A QUIENES LES AGRADECEMOS PROPORCIONARNOS ESTE ARTICULO

.........-----------............---------------------..............-------------------.............. EL SIMBOLO DE LA FE Publicado el julio 1, 2011 por orthodoxgeorgioslanb El Símbolo de la Fe El Credo es la síntesis de las principales verdades de la Fe Cristiana, y por esta razón es llamado “Símbolo de la Fe”. El Credo fue compuesto por la Iglesia en los primeros dos Concilios Ecuménicos (NIcea 325 d.C. y Constantinopla 381 d.C.) y, finalmente fue confirmado en el Concilio de Calcedonia en el año 451 d.C. El Credo es profesado en la Iglesia por aquellos cristianos que, ante Dios, confirman que su Fe es la verdadera Fe, y para mostrar que todos los Cristianos Ortodoxos creemos al unísono en los dogmas contenidos en él. Todo miembro de la Iglesia -todo cristiano- está obligado a conocer el Credo y a entender lo que está contenido en él, para así poder profesarlo.

1. CREO en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la Tierra, y de todas las cosas, visibles e invisibles (Gen 1:1; Col 1:16).

Creemos que hay un solo Dios (Is 44:6) eterno, quien es infinito en su poder, santidad y amor; creemos en Tres Divinas Personas en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo (la Santísima Trinidad) (Mt 28:19), y que estas Tres Personas son en todo iguales -consubstanciales-; Creemos que Dios es Todopoderoso (Mt 19:26): Todo está contenido en Él. Todas las cosas tienen su origen en Dios (Gn 1:1). Dios es el Creador del mundo invisible, aquel de los ángeles; y del mundo que todos conocemos; es el Creador del hombre, de la tierra, y de todos los demás planetas con todo lo existente en ellos (2 Macabeos 7:28). Dios ha existido desde todos los siglos (Salmo 89:2). La Primera Persona de la Santísima Trinidad es llamada el Padre, porque Él es el Padre de su Hijo Unigénito y de Él proceden todas las cosas. Cristo nos habla constantemente de Él como Su Padre y nuestro Padre (Mt 6:32).

2. Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, que nació del Padre antes de todos los siglos. Luz de Luz, Verdadero Dios de Dios Verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre, por quien fueron hechas todas las cosas (Jn 3:16, 18; 1Jn 5:1; Jn 17:5, 24; 1Jn 1:5; Jn 8:12; 1Jn 5:20; Jn 1:3).

Cristo es llamado Hijo Unigénito porque es el único Hijo de Dios desde toda la eternidad. Como Hijo Eterno no tiene principio ni fin. Así como la luz nace del sol, de su propia esencia, así Dios Padre dió nacimiento a su único Hijo en la eternidad de su propia esencia. Él no fue hecho ni creado. Él tiene una misma esencia y existencia con el Padre, por quien todas las cosas fueron llamadas a la existencia (Jn 10:30; 14:9-10).

3. Quien por nosotros los hombres y para nuestra salvación bajó de los cielos; encarnó del Espíritu Santo y María la Virgen, y se hizo hombre (Jn 3:17; Jn 6:38; 1 Tm 2:5-6).

El Señor Dios Jesucristo descendió del cielo y tomó en sí mismo la condición de hombre (Jn 1:14) al ser concebido por el Espíritu Santo y al nacer de la Virgen María. El Espíritu Santo obró un milagro por el cual la Bendita Madre de Dios (Theotokos) concibió un Hijo en su vientre “sin conocer varón” (Lc 1:10-18). A esto hacemos referencia cuando hablamos del Virginal Alumbramiento de Nuestro Señor. A el hecho de tomar nuestra condición humana, sin despojarse de su condición divina, por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad le llamamos Encarnación. Esto quiere decir “Tomar carne”. Cristo se Encarna para la salvación de la humanidad. (Jn 1:29; 10:10).

4. Fue crucificado, también para nosotros, bajo el poder de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado (Mt 27).

Nuestro señor Jesucristo fue clavado en la Cruz por nosotros en el primer Viernes Santo (Jn 19:10) bajo el poder de Poncio Pilato, gobernador Romano de Judea (Mc 15:15). Cristo, el Salvador, aceptó los enormes sufrimientos por los pecados de la humanidad (1Tm 2:5-6; 1Jn 2:2; Ef 5:2; Is 53:5). Él probó la muerte en la Cruz y fue sepultado (Fl 2:8). Sus enemigos sellaron el sepulcro y montaron guardia en él. Él quiso morir por nosotros. Nadie podría matarle sin su consentimiento (Jn 10:18; Is 53:7) Mientras el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo yacía en el sepulcro, su alma descendió a los infiernos para anunciar a los muertos la Buena Nueva (1Pedro 3:19; 4:6).

5. Y resucitó al tercer día, según las Escrituras (Lc 24; Mc 16:6; Jn 20 y 21).

El Cuerpo de nuestro Señor reposó en el sepulcro la noche del Viernes, todo el Sábado, y hasta la mañana de Pascua. De acuerdo a los judíos, estos son tres días. Ellos cuentan, como primer día la parte del Viernes; el Sábado, como segundo, y la parte del Domingo de Pascua como tercer día. Así pues, su Cuerpo yacía incorrupto en el sepulcro por estos tres días (Salmo 15:10). Él Resucito al tercer día (Jonas 2:1, 11). Después de su Resurrección, nuestro Señor Jesucristo enseñó a sus Discípulos “apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios” (Hch 1:3). Esto quiere decir que durante este tiempo le reveló lo que la Iglesia necesitaba conocer acreca de su Fe y sus prácticas. Él les instruyó en la Fe, en lo concerniente a los Sacramentos, y les dijo qué deberían hacer y enseñar para restablecer el Reino de Dios en la tierra.

6. Y subió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre (Lc 24:51; Jn 3:13; Hb 10:12).

Al término de estos cuarenta días después de su Resurrección, nuestro Señor Jesucristo dejó a sus Discípulos en las afueras de Jerusalem en el Monte de los Olivos, y ascendió a los cielos (Jn 20:17). La Ascensión es la corona de la Encarnación. Él tomó nuestra condición humana -en cuerpo y alma- y al ascender a los cielos también se llevó nuestra huamnidad con él. Él no dejó de ser hombre en ningún momento, aún en su ascensión (Hb 13:8). Él está sentado a la diestra del Padre (Mc 16:19; Col 3:1), el más grande sitio de honor y poder. Cuando nuestro Señor ascendió, Él abrió el Reino de los Cielos para todos los creyentes. El pecado había cerrado las puertas de los cielos a la humanidad. Pero con la venida del hombre perfecto, aquel que no conoce el pecado, las Puertas del Paraíso fueron abiertas para Él y para aquellos que creen en Él. El Reino de los cielos jamás será cerrado nuevamente ante la humanidad. Aquellos que sean de Él estarán a su lado a la diestra del Padre.

7. Y vendrá segunda vez lleno de gloria a juzgar a los vivos y a los muertos, y su Reino no tendrá fin (Mt 16:27; 25:31-46).

En el último Día nuestro Señor se aparecerá en los cielos en la Majestad de su Gloria (1 Tes 4:13-18), con el sonido de trompeta y con sus Santos Ángeles, levantando a los vivos y a los muertos al Juicio; “pero aquel día y aquella hora nadie la conoce” (Mc 13:32). Los fieles que vivan en aquel día sobre la tierra serán arrebatados con Él. Todos los muertos resucitarán. Almas y cuerpos de todos lo rodearemos en torno al Trono del Juicio (Mt 25:31-32), y el Juez será nuestro Señor Encarnado, porque todo fue creado por Él y para Él (Jn 5:22-27). En aquel día los secretos de toda la tierra serán revelados. Secretos, pecados y crímenes serán dados a conocer. Las virtudes y los vicios del hombre, su maldad y su bondad; todos nos veremos a través de su inefable luz (Rm 14:10, 12). Después del Juicio, el Reino de Dios no tendrá fin (Rm 2:3-7; 2 Cor 5:10).

8. Y en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, y que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado, y que habló por los Profetas (Jn 15:26; Salmo 104:30; Tt 3:5, 6; 2 Pedro 1:21).

Creemos en el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es Dios, como el Padre y el Hijo y, como Él es Dios, a Él sean dadas de igual manera la adoración y la gloria. El Espíritu Santo no es una especie de manifestación externa de Dios, o una mera cualidad espiritual de Dios. Él es una Persona. De acuerdo con las Escrituras, Él puede enseñar, puede guiar, puede traer a nuestra memoria las enseñanzas de Cristo, puede interceder, puede ser agraviado, puede revelarnos nuestro pecado; y todas estas cosas sólo pueden decirse de una Persona. Diez días después de la Ascensión de nuestro Señor a los Cielos, Él mismo envió al Espíritu Santo para que morara en su Iglesia (Hch 2:1-3). Sin la presencia y auxilio del Espíritu Santo no podríamos hacer nada que agradara a Dios (Hch 1:8). El Espíritu Santo procede del Padre (Jn 15:26). Es el Espíritu Santo Dios, quien, a través del Bautismo, nos regenera y nos vivifica. Es Él mismo quien viene con todos sus dones a habitar un alma en la Crismación (1 Cor 3:16). Es el Espíritu Santo Dios, quien, en la Divina Liturgia, hace que el pan y el vino vengan a ser Cuerpo y Sangre de Cristo. Y es Él quien nos purifica de nuestros pecados en la Confesión por la Absolución. El Espíritu Santo es el Dador de vida, especialmente de vida espiritual en los Sacramentos.

9. Y en una Iglesia, Santa, Católica y Apostólica (Ef 5:23, 25-27).

La Iglesia es la obra de la Encarnación de Cristo, ella misma es la Encarnación: Dios toma la naturaleza humana, y así la naturaleza humana se asimila a la vida divina; es la “deificación” -theosis- del hombre; Dios se hace Hombre para hacer al hombre dios. Pero la obra de penetración de la humanidad por el espíritu de la Iglesia no se realiza solamente en la Encarnación o en la Resurrección de Cristo. “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16:7). Esta obra presupone el envío del Espíritu Santo. Pentecostes. Esta es la realización de la Iglesia. La Iglesia de Cristo no es una institución; es una vida nueva con Cristo y en Cristo, dirigida por el Espíritu Santo. Cristo resucitado vive con nosotros, y nuestra vida en la Iglesia es una vida misteriosa en Cristo. “Los Cristianos” llevan este nombre, precisamente, porque pertenecen a Cristo; ellos viven en Cristo y Cristo vive en ellos. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, entendido como unidad de vida en Él. Manifestamos la misma idea cuando damos a la Iglesia el nombre de Novia de Cristo o Esposa del Verbo: “La relación entre novios o entre esposos consiste en una unidad de vida perfecta que no excluye la realidad de su diferencia, es una “unidad de dos en uno sólo”, que no es disuleta por la dualidad ni absorbida por la unidad”. La Iglesia es Una, porque Cristo fundó solamente una Iglesia; Santa, por estar unida a la única cabeza, Jesucristo, y por la operación del Espíritu Santo en ella; Católica, porque no tiene límites de lugar o tiempo; Apostólica, porque fue fundada en los Apóstoles y, sin alteración, mantiene sus enseñanzas escritas y orales (Gran Tradición). Es así que la Iglesia de Cristo fue constituída como Una, Santa, Católica y Apostólica.

10. Confieso un sólo Bautismo para la remisión de los pecados ( Mt 28:19; Mc 16:16).

El Bautismo es el Sacramento inicial con el que venimos a ser miembros de la Iglesia. Es nuestro nacimiento espiritual, el inicio de la vida sobrenatural. El Bautismo es indispensable, ya que por él somos purificados de todo pecado, original y personal. Sin el Bautismo no podemos recibir ningún otro Sacramento.

En el Bautismo, la vida de pecado del hombre muere y, aquel que ha sido bautizado re-nace a una vida nueva; él pasa a formar parte de la familia de Dios; viene a ser hijo de Dios y heredero del Reino de los Cielos. Sin el Bautismo no puede llamarse cristiano.

Este Sacramento fue instituído por Cristo mismo cuando dijo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28:19).

La palabra bautizo significa “purificación por inmersión”. En el Sacramento del Bautismo somos purificados de nuestros pecados y venimos a ser hombres nuevos, con un alma pura. En orden a recibir este Sacramento, debemos abrazar la Fe y estar arrepentidos de nuestras iniquidades. Debemos renunciar a Satanás y a todas sus obras y deseos, para unirnos a Cristo. Desde el momento del Bautismo recibimos un Ángel Guardián y quedamos unidos a Cristo. Nuestro Señor dijo: “Aquel que crea y se bautice se salvará; el que no crea se condenará” (Mc 16:16). Y el Apóstol nos dice: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2:38). Los adultos nunca son bautizados sin preparación previa. Deben primero aprender y asir la Fe, las oraciones y sobre todo estar dispuestos y arrepentirse de todos sus pecados.

Nuestro nacimiento sólo acontece una vez, así pues, nuestro nacimiento espiritual, el bautismo, también sólo es uno, no puede repetirse. “Un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo” (Ef 4:5).

El Bautismo es absolutamente necesario desde el comienzo de nuestra vida, es por ello que somos bautizados desde pequeños. Sin embargo la Fe y el arrepentimiento no son indispensables para un bautizo de esta naturaleza, ya que todavía no podemos comprender la primera y somos incapaces de distinguir lo bueno de lo malo, pero la Gracia de Dios no se subordina ni a nuestro entendimeinto ni a nuestro discernimiento; la Fe del Sacerdote y de nuestros parientes y padrinos nos hacen profesar, por boca de ellos nuestra renuncia a Satanás y nuestra adhesión a Cristo. La Gracia de Dios actúa independientemente de nuestra edad. De cualquier forma, nuestros padrinos son responsables de instruírnos en todas y cada una de las verdades de nuestra Fe.

Junto con el Bautismo existen otros seis Sacramentos que santifican la vida de todo crsitiano: Bautismo, Crismación, Comunión, Penitencia, Orden Sacerdotal Matrimonio, Santa Unción.

11. Espero la resurrección de los muertos (Jn 6:54).

Esperamos el momento en el que todos aquellos que han descansado en el sueño de la muerte resuciten y sean llamados al Juicio. En la Gran Resurrección de los muertos todos resucitaremos, pero con un cuerpo glorioso (1Jn 3:2), un cuerpo espiritual e incorruptible (1 Cor 15:43-44). “Cristo resucitó de entre los muertos, otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros” (Jn 5:25, 28; 1 Cor 15:50-58; 2 Cor 4:16-18).

12. Y la vida del siglo venidero (Jn 5:24).

Creemos que después de la Gran Resurrección de los muertos y después del Juicio Final, la vida eterna reinará (Jn 11:25); llena de sufrimientos para los pecadores que no se arrepintieron de sus transgresiones (Prv 1:24-25, 31; Mt 25:41, 49; Mc 9:48), y una vida radiante y llena de bendiciones y felicidad, paz y amor para aquellos justos que se arrepintieron (Mt 13.43; 1 Cor 2:9; 13:12; Apoc 21:3-4).

FUENTE MONASTERIO ORTODOXO DE SAN ANTONIO EL GRANDE, A QUIEN AGRADECEMOS EL FACILITARNOS EL PRSENTE ARTICULO