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(1) Este mandamiento, atribuido a Jesús de Nazaret, estaba ya presente en el Antiguo Testamento, pero limitando su aplicación a los miembros de un mismo pueblo: “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico, 19 18). El Nuevo Testamento extiende su aplicación, haciendo de toda persona un sujeto de amor. La forma en que este mandamiento es expresado allí de modo imperativo: (Ama, Tú amarás), clarifica que el amor es un orden divino y no solamente un simple movimiento afectivo. En efecto, amando, el corazón bien puede experimentar tal sentimiento o bien abstenerse. El amor es pues objeto de una ley cuyo significado se resume en que hay que amar al prójimo como a sí mismo.