Documento sobre "El Patriarcado de Occidente", de Michael Stavrou

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¿EL ABANDONO POR ROMA DEL CONCEPTO DE `PATRIARCADO DE OCCIDENTE´ AUGURA UN MEJOR SERVICIO A LA PRIMACÍA UNIVERSAL?, por Michael Stavrou

A principios del mes de marzo último, la prensa italiana, informada por "fuentes vaticanas" autorizadas, comunicó que el Anuario Pontifical de 2006, que debía aparecer a mediados de dicho mes, no haría ya mención del quinto de los nueve títulos atribuidos hasta ahora al Papa: éste es el de "patriarca de Occidente". El Papa en lo sucesivo será simplemente presentado como "obispo de Roma, vicario de Cristo, sucesor del príncipe de los Apóstoles, sumo pontífice de la Iglesia universal, primado de Italia, arzobispo-metropólita de la provincia romana, soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano y siervo de los siervos de Dios".


Un acto de alcance ecuménico considerable

Más allá de la disminución, ciertamente simbólica, de la titulatura todavía barroca del jefe de la Iglesia romana, buen número de observadores ortodoxos no dejaron de remarcar que, de entre las nueve denominaciones de la titulación oficial del pontífice romano, dos al menos resultaban problemáticas por su carácter exclusivo, para la conciencia cristiana ortodoxa: "vicario de Cristo", título tardío introducido en el siglo XIII hasta que el Concilio Vaticano II declaró sobre el mismo que todos los obispos son vicarios de Cristo; y "soberano pontífice de la Iglesia universal", calificativo lamentable tomado como préstamo del poder imperial de la Roma pagana, que hace del obispo de Roma un monarca de la Iglesia; mientras que el apelativo "patriarca de Occidente" -el atestiguado como más antiguo después del de "obispo de Roma"- es perfectamente aceptable para el Oriente cristiano.

Para la Iglesia ortodoxa, comprometida desde hace veinticinco años con Roma en un "diálogo de verdad" con vistas a la unidad de la Iglesia, lejos de constituir un detalle anodino, el alcance ecuménico de la desaparición de este título de "patriarca de Occidente" resulta, en un primer acercamiento, relevante. Puesto que si el nuevo papa Benedicto XVI abandona este título, implica que el patriarcado del cual él es dignatario carece de existencia actual a sus ojos. ¿Este gesto no significaría pues que la jurisdicción romana no sabría limitarse al marco de la circunscripción tradicional de la Iglesia de Occidente, extendiéndose, no sólo de derecho sino también de hecho, al mundo entero en todas sus direcciones, usurpando por consiguiente el territorio canónico de los patriarcados ortodoxos? Los pastores y teólogos ortodoxos preocupados acerca de la unidad de los cristianos tendrían de qué alarmarse ante una interpretación como ésta. Puede sorprender, por otra parte, la falta de explicación para una decisión como ésta por parte de Roma, como si la reacción ortodoxa no fuera previsible. En efecto, el concepto de "patriarcado" es objeto de una suerte de amnesia en Occidente y de una hipermnesia en Oriente. No teniendo en cuenta la evolución de la Iglesia occidental, la lectura ortodoxa habitual de este acontecimiento tiene el gran riesgo de proyectar, sobre Roma, las categorías de la eclesiología ortodoxa -desde hace mucho tiempo- extrañas al Occidente.

Es verdad que el patriarcado de Roma y de Occidente ha formado parte durante bastante tiempo de la representación eclesiológica de la Iglesia entera en tiempos de los concilios ecuménicos y de los Padres, pero mucho más en Oriente que en Occidente.


La "Pentarquía"

En la Antigüedad tardía, el Papa acumulaba varias funciones: obispo de Roma, metropólita de una parte de Italia (las provincias "suburbicarias"), primado ("patriarca") de las tierras de Occidente, por último la más característica: una responsabilidad particular -"petrina" según Roma- para con la Iglesia entera ejerciendo dentro de la comunión de los obispos como el primero de entre ellos. La dificultad ha estado siempre en distinguir la tercera y la cuarta función del obispo de Roma, una confunsión práctica proviniente de los límites imprecisos del territorio donde se ejercía la jurisdicción patriarcal del Papa. En definitiva, este límite móvil estaba en los territorios de otras iglesias autocéfalas; por razones históricas, todas las Iglesias autónomas de Occidente (Lyon, Arles, Toledo, Milán, etc.) serán poco a poco insertas en el territorio canónico de la sola Iglesia romana mientras que, durante los siglos IV al V, se afirmarán en el Oriente cuatro ciudades del Imperio Romano reconocidas por su peso político y su testimonio apostólico. De este modo, en el IVº Concilio Ecuménico (Calcedonia, 451), la comunión de las Iglesias se concentra en torno a cinco centros principales que, en un orden de precedencia, eran Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalem.

El Concilio Quinisexto (692) precisa que "la sede de Constantinopla debe gozar de las mismas prerrogativas que las de la antigua Roma y ser elevada a la misma dignidad que ésta en los asuntos eclesiásticos, puesto que ocupa la segunda plaza después de ésta. La sede de Alejandría debe situarse después de ella, seguida de la de Antioquía y, por último, la de Jerusalem" (Canon 36). La organización pentárquica ("cinco autoridades") emana de la eclesiología eucarística, por consiguiente territorial, que establece la catolicidad de cada Iglesia local, y debe su realización al emperador Justiniano (siglo V) que había restaurado la integridad del Imperio Romano, tras la reconquista del Occidente caido en las manos de los bárbaros. Bajo esta perspectiva, la Iglesia no es vista como un conjunto monolítico y uniforme sino como una comunión de Iglesias, en tanto que la Iglesia es católica: la catolicidad está comprendida no como una simple universalidad geográfica sino como la unidad dentro de la diversidad, "el vínculo que une la Iglesia a Dios que se le revela como Trinidad" (Vladimir Lossky). La sede de Roma se muestra así como el primero de los patriarcados, todos iguales en dignidad, sin que su solicitud universal sea directamente abordada por los concilios.


"Roma no ha tenido nunca verdadera conciencia de constituir un patriarcado"

En verdad, lo quiera o no, Roma no ha tenido nunca verdadera conciencia de constituir un patriarcado, en el sentido que este término tiene en el marco del sistema pentárquico. Los cánones del concilio de Sárdica (343) estableciendo Roma como instancia de casación fueron invocados tanto por Oriente como por Occidente (como lo testimonia el conflicto entre Hincmar de Reims y el Papa Nicolás Iº en el siglo noveno). Un derecho patriarcal como tal jamás se desarrolló en Roma mientras crecían las aspiraciones del obispo de Roma a una jurisdicción universal. El esfuerzo del Papa Nicolás Iº -frente a las carencias del mundo carolingio en declive- por subordinar a la sede romana a todos los obispos apoyándose en las Falsas Decretales, luego del Papa Gregorio VIIº (siglo XI) para afirmar, por medio de sus dictatus papae, la supremacía del pontífice romano en el plano del poder temporal constituyeron dos momentos históricos decisivos que vaciaban de toda realidad el concepto de patriarcado de Occidente.


"El `patriarcado de Occidente´ no tiene ya ninguna significación"

Pero el debate había reaparecido indirectamente, cuando la carta Comunionis notio (1992), enviada a los obispos por la Congregación romana para la Doctrina de la Fe, sostuvo la tesis que la Iglesia universal (sobre la cual el Papa ejerce la supremacía) tiene una prioridad ontológica sobre todas las Iglesias particulares, provocando numerosas reacciones en el seno de la Iglesia católica. ¿Si el título de "patriarca de Occidente" es estimado obsoleto por los miembros de la curia, no sería preciso preservar el de "patriarca de Roma", para subrayar junto a los ortodoxos que, del mismo modo que confiesa que subsiste en ella la Una sancta (Vaticano II), la Iglesia romana reconoce a los patriarcados ortodoxos como Iglesias hermanas y no como Iglesias hijas? Las apelaciones recíprocas de Iglesias hermanas entre Roma y Constantinopla hace cuarenta años cuando los encuentros entre Pablo VI y Athenágoras se derivan de una eclesiología y no de una fraseología sentimental o diplomática. Indirectamente, es la significación misma de la primacía sobre la Iglesia universal lo que se encuentra aquí comprometido.

Con los siglos de separación entre la Iglesia romana y el Oriente cristiano, la Contrarreforma, la misión en todos los continentes, las derrotas repetidas por el conciliarismo occidental y la centralización creciente del papado en los siglos XIX y XX, la eclesiología católica romana ha llegado a un punto de desarrollo donde el "patriarcado de Occidente" no tiene ya ninguna significación para los fieles católicos. Dos tercios de entre ellos, no son europeos. Puede comprenderse la decisión de abolir esta realidad virtual como un reconocimiento del carácter en lo sucesivo mundial de la geografía católica.


"La comunión y no la jurisdicción"

Con mayor profundidad, el Papa Benedicto XVI podría, mediante este gesto, querer desligar su primacía moral universal de toda jurisdicción patriarcal, tanto dentro de la administración cotidiana de la Iglesia católica como en el seno del diálogo con la Ortodoxia. Hace treinta y cinco años, el profesor Joseph Ratzinger constataba con lucidez: "Es una tragedia que Roma no haya llegado a separar la impronta apostólica de la idea patriarcal, de tal modo que presentó al Oriente una reivindicación que, bajo esta forma, no podía ser admitida [...] La tarea a considerar sería distinguir de nuevo, netamente, entre la función propiamente dicha del sucesor de Pedro y la función patriarcal; en el caso de la necesidad de crear nuevos patriarcados `autónomos´ de la Iglesia latina" (Le Nouveau peuple de Dieu, París, 1971, p. 56-68) .

Si la supresión del título de patriarca de Occidente tiene como objetivo, conforme a este enfoque, facilitar tanto el ejercicio de una primacía no omnipotente como la creación de nuevos patriarcados en el seno mismo de la Iglesia romana, la Iglesia ortodoxa no tendría otra opción que felicitarse por este paso. ¿El Papa podrá de nuevo, como en la Iglesia antigua, ejercer su primacía universal sin nombrar sistemáticamente a los obispos orientales ni incluso los obispos occidentales, ya que parece querer librarse de su jurisdicción patriarcal sobre Occidente? El futuro nos dirá si esta orientanción es la correcta.

Frente a la perspectiva de un retorno a la unidad con la Iglesia ortodoxa, el Papa Juan Pablo II había recientemente dado a entender que él deseaba "la comunión y no la jurisdicción". Del mismo modo el profesor Joseph Ratzinger ha escrito: "Roma no puede exigir del Oriente en lo que concierne a la primacía, más que aquello que fue formulado y vivido durante el primer milenio" (Les Principes de la théologie catholique, 1982). Estas atrayentes declaraciones deberán no sólo oficializarse sino también acompañarse de una nueva hermenéutica del concilio Vaticano I, que presente una visión del ministerio pontifical aceptable para la conciencia ortodoxa, en consonancia con la naturaleza conciliar de la Iglesia. Por consiguiente, la catolicidad de la Iglesia se traduce a partir de los primados y de un conciliarismo global a todos los niveles. En el plano universal, como recordaba Jean Meyendorff hace treinta años, "sin un ministerio de coordinación, [...] la conciliaridad es imposible". Si Roma volviera a ser para todos la Iglesia que "preside en el amor" (San Ignacio de Antioquía) al servicio de la comunión de las Iglesias, su obispo podría de nuevo ver reconocido, a los ojos de todos, su bello título de "siervo de los siervos de Dios"



Artículo traducido -y aparecido en el SOP (Servicio Ortodoxo de Prensa)- de Michael Stavrou: Diplomado de la Escuela Central de Lyon y del Instuto de Teología Ortodoxa de París (San Sergio), donde actualmente enseña. Igualmente ejerce las funciones de cosecretario del Comité mixto de diálogo teológico católico-ortodoxo en Francia y de director adjunto del Instituto superior de estudios ecuménicos, en París. Está casado y es padre de un niño. En diciembre de 2004, defendió una tesis doctoral en la Sorbona sobre "La doctrina trinitaria de Nicéforo Blemmidas".