Cambios

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Introducción
Esta verdad es expresada en el principal cántico de esta fiesta, el tropario de la Natividad de la Madre de Dios: “Por tu Natividad, oh, Madre de Dios, la alegría fue revelada a todo el universo, pues desde ti se elevó el Sol de Justicia, el Cristo nuestro Dios, Que, librándonos de la maldición, nos concedió la bendición y derribando a la muerte, nos regaló el don de la vida eterna” (1).
== El misterio de la Santísima Trinidad,de la Santísima Madre de Dios y de la Iglesia ==
Igualmente observamos que, en el oficio de las Grandes Vísperas, la Madre de Dios es denominada “Templo del Cristo-Dios, Rey de todos y Creador del Universo” (2), así como “Iglesia Santa, morada de Dios” (3), y el oficio de Maitines del 8 de septiembre nos enseña que la Virgen María, plena de gracia, es la persona humana que mantiene el vínculo más profundo y más fuerte con la Santísima Trinidad (Lc 1, 35), precisamente porque es a partir de ella que el Hijo de Dios tomó su naturaleza humana, gracias a la benevolencia del Padre eterno y a la presencia activa del Espíritu Santo: “En ti, el Misterio de la Trinidad es alabado y glorificado, Virgen purísima, pues el Padre lo ha bienquerido y el Verbo ha hecho Su morada en ti y es a ti a quien el divino Espíritu cubrió de Su sombra” (4). De este modo, el vínculo entre la Santísima Trinidad (Panaghia Trias) y la Santísima Madre de Dios (Panaghia Theotokos) se convierte en el Icono viviente de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, que nosotros confesamos en el Credo Nicenoconstantinopolitano, inmediatamente después de haber confesado nuestra fe en el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Virgen María, la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, deviene el icono místico de la Iglesia, puesto que la Iglesia es la multitud de seres humanos reunidos por el Santo Bautismo y la Santísima Trinidad. De este modo, la Madre de Dios y Siempre Virgen María, “plena de gracia” y “bendecida sobre todas las mujeres” (Lc 1, 28-42), es el icono de la Iglesia que existe y que crece espiritualmente de la bendición de Dios, es decir, de la “gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo” (2 Co 13, 13), como nos enseña el apóstol San Pablo. La Iglesia que fue llenada por la vida y por el amor de la Santísima Trinidad, las Sagradas Escrituras la denominó “el Pueblo de Dios” (1 P 2, 10), “el Cuerpo (místico) de Cristo” (1 Co 12, 27) y “el Templo del Espíritu Santo” (1 Co 6, 19), y todas las acciones sacramentales y las oraciones de la Iglesia se cumplen por la invocación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ya que Jesucristo, El Que nace eternamente del Padre sin madre y El Que en el tiempo nació de Su Madre sin padre, es el Jefe de la Iglesia, “es gracias a Él (el Cristo) que, en un solo Espíritu, alcanzamos el acceso cerca del Padre” (Ef 2, 18), y la Santísima Virgen María, Madre de Dios, es la orante, la que intercede por nosotros, advocata nostra, la más próxima a Cristo. Es lo que se vive en las Bodas de Canaán, cuando a petición de Su Madre, el Cristo Señor, Que había bendecido a la familia con Su presencia, cumple su primer milagro, convirtiendo el agua en vino, manifestando Su gloria a Sus discípulos y llenando de alegría a la asistencia (Jn 2, 1-19). “Para la Iglesia Ortodoxa, la intercesión de la Virgen y de los santos no se añade a la intercesión de Cristo, sino que se inserta en el interior de ésta” (5), lo que quiere decir que la intercesión de la Madre de Dios y de los santos se realiza en la gracia que Cristo les consagró (Jn 1, 16-17).
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